La lactancia ha sido un gran
tema en mi maternidad, siento que podría escribir un libro completo al
respecto. Vengo de una familia en la cual las mujeres dan de lactar fluidamente
y sin la mínima complicación. Leche a borbotones, cero mastitis y pezones intactos.
Las historias sobre lactancia que yo había escuchado eran lindas, fáciles y
tranquilas. Con este antecedente, supuse que mi experiencia iba a ser igual y
poco me preocupé al respecto. Gran sorpresa la mía cuando a los pocos días de
nacido Antón dar de lactar empezó a convertirse en una tortura. Tenía los
pezones destrozados, cada vez que el Antón se agarraba de mi pecho yo veía
estrellas, apretaba la mandíbula y comenzaba a sudar del dolor que su succión
me producía, incluso pedía que me dejaran sola para no descargar mi rabia con
los que estaban cerca. Estaba convencida de que ese dolor me duraría poco y
estaba determinaba a que lo lograríamos. En un curso previo que habíamos tomado,
la tallerista lo había explicado muy simple, lo
dispuesto que estaba nuestro cuerpo, el agarre adecuado, las diferentes
posiciones, la libre demanda, el apego inmediato y una lámina que tachaba con una X roja la foto
de unos biberones y tarros de fórmula. En mi mente era un tema de voluntad de
la mamá y para ese entonces juzgaba rápidamente a las mujeres que optaban por
fórmula y me decía a mi misma que eso yo nunca lo haría. Leía, veía videos sobre
un correcto agarre, contacté una doula, pasaba todo el día sin camiseta para
que mi pecho recibiera aire, usaba cremas, hierbas y nada lograba calmar el dolor de mis
pezones sangrantes, además de las constantes e intensas punzadas y calambres que sentía en el pecho. Recuerdo con mucho cariño que me
puse en contacto telefónico con Johanna Pinargote -ex coordinadora del grupo de
lactancia de la Universidad Andina- con
quien me desahogue en el teléfono, le dije que sinceramente ya no daba más, que
estaba sufriendo mucho. Lloraba al teléfono con alguien que no conocía
personalmente (hasta ahora) pero que a cambio me escuchaba atentamente, me respondía
con dulzura, entendía mi dolor, había pasado por lo mismo y lo había
logrado, me alentaba a que continuara. Esa pequeña llamada me consoló mucho y
me abrió a uno de los hermosos regalos que trae la maternidad: la empatía y
solidaridad con la cual empezamos a reconocernos y apoyarnos entre mujeres.
Algunas semanas después empecé
con 38 de fiebre, luego de quince minutos ya tenía 39 y a la media hora estaba ya
en 40. Había empezado una mastitis en mi pecho derecho y lo único que quería
era acostarme hecha un ovillo en el sillón de mi casa cubierta por una montaña
de cobijas. Estaba con el pecho ardiente, tenia un dolor muy intenso y la
fiebre no me permitía encargarme enteramente de mi hijo. Por suerte, estaba ahí
mi tribu, sosteniendo, encabezada por mi mamá y mi esposo quienes tomaron
control del asunto. El médico me recetó antibióticos y a los pocos días me
recuperé, sin embargo el dolor de mis pezones y los calambres en el pecho no habían disminuido y empecé a sentirme muy
frustrada. No estaba disfrutando en lo más mínimo de la lactancia, solo lo
hacía por convicción, por nada más, y por
una culpa enorme de no lograrlo. Además, a las dos semanas de recuperada de la
primera mastitis llego la segunda. ¡No podía creer realmente! ¿Por qué nadie me
dijo que era así de difícil? ¿Por qué no puedo? ¿Por qué no me preparé más? ¿Por
qué soy tan obstinada y no dejo ya esta tortura? ¿Por qué lacta todo el día y
toda la noche y yo siento que ya no doy mas? Y así una retahíla de preguntas que
hacían de mi posparto un lugar oscuro para mi. Recuerdo un almuerzo con mi mamá
en el cual me planteó repensar la lactancia y tal vez tomar una alternativa.
Estás muy triste y frustrada, eso no es bueno para el bebé, no tiene sentido, me dijo. Lo acepté
y me dije a mi misma que haría un último esfuerzo y que sino funcionaba dejaría
de intentarlo. A la par, por esos días contacté con Pathy Muñoz, llegó a mi
casa, y al contrario de lo que me esperaba, me dijo: vamos a hacer todo lo
posible pero si no lo logras está bien, yo conozco mamás que acompaño que
les dan fórmula a sus bebés, tranquila. Yo di de lactar un mes a mi primer
hijo. ¡Magia, fueron esas palabras para mi! Conocí a alguien que no me exigía ni me juzgaba como yo lo hacía, que me dejaba en paz, que no ponía láminas con
biberones tachados por una X roja, es más no le parecía mal que yo no lo logre y
que opte por la fórmula, que me permitía esa opción que a mi me llenaba de
culpa. Esa apertura fue importante para mí, me trajo nuevas energías, otra
visón, de intentar sin presión, por fuera de la frustración, desde la humildad,
desde la posibilidad de abandonar la lactancia, también. Ese cambio de eje me
permitió relajarme y esperar con menos
tensión a que se vayan los calambres y a que mis pezones curarán, a dejarlos
descansar y a usar el biberón para que alcancen a cicatrizarse, afortunadamente.
Me acuerdo que la primera vez que logré
darle de lactar de mi pecho derecho sin dolor lloré de la emoción y le escribí
a la Pathy llena de euforia. Lo íbamos logrando.
Durante esos primeros meses, mis
pechos eran mi centro emocional, todo ocurría, por, con y a través de ellos. Nunca
me había fijado tanto en esta parte de mi cuerpo, la que además guarda al
corazón por dentro. El chakra verde del corazón, la capacidad de dar y recibir,
de abrirse a la vida, de abrir los brazos y volar. Alrededor de los dos meses y
medio de Antón tuve una discusión con mi esposo y en cuestión
de treinta minutos tenía una bola ardiente en el pecho derecho y una fiebre alta, otra vez. Una parte de mi
enfurecía con la aparición de mi tercera mastitis pero otra parte de mi se
alegraba silenciosamente. Se alegraba de estar enferma para descansar más, para
dormir, para pedir ayuda sin culpa, para tomar un break de la maternidad. Al
momento de tomar consciencia de esta estrategia, que una parte de mi traía de vuelta a esta enfermedad, que la necesitaba, decidí no tratarme la mastitis
con más antibióticos y fui al homeópata. Mi cita con el homeópata fue el funeral de mi vida antes de Antón. Acepté que me costaba mucho ser mamá, que me
daba nostalgia dejar mi vida pasada, nuestra casita de dos, qué sentía pena del
fin de una etapa de mi vida, que me sentía con miedo y muy cansada, que no soy
la mujer solvente que aparento ser, que ha viajado el mundo sola y que no pide
ayuda, sino que ahora soy esa mujer que necesita de su esposo, de su mamá,
de sus hermanas, de la Juanita y de todo aquel que me pueda sostener para poder
gestionar ese momento de mi vida, el nacimiento de mi hijo. Esa confesión curó
mis mastitis sin un antibiótico y para siempre. Sinceridad y humildad, eso
necesitaba.
A mi cuerpo le tomó más de tres
meses dar de lactar sin dolor, y mentiría si diría que ahí se termina mi
historia con la lactancia y que todos fuimos felices para siempre. La lactancia
sigue teniendo sus retos para mi en sus
diferentes épocas: la extracción de leche al regresar al trabajo, encontrar
espacios, tiempo y lugares de almacenamiento, la leche regándose en el momento
menos adecuado, la falta de stock de mi
banco de leche y la complementación con fórmula a los 7 meses, los mordiscos en
la dentición, la huelga de hambre que me hizo Antón a los 11 meses, la
lactancia nocturna, un futuro destete. Tengo una relación ambivalente con la
lactancia, la amo apasionadamente y hay días que simplemente no la soporto. Salir
a trabajar y saber que dejo una parte de mi a mi hijo ha valido la pena todo
el esfuerzo. Ver que mi hijo crece, gatea, casi camina y hace los sonidos de
muchos animales y aún así lo puedo
sostener con mis dos brazos y ponerlo en mi pecho, me conmueve cada vez más.
Darle de lactar y calmar su llanto, darle de lactar cuando está enfermo y es lo
único que lo alimenta, darle de lactar y bromear que le como el dedo y ver su
sonrisa en mi pecho, son momentos que me siento afortunada de tenerlos y que
agradezco que tuve el ambiente de apoyo que me permitió hacerlo.
Espero jamás volver a juzgar a las mujeres que usan fórmula, las mujeres requerimos de un entorno para instaurar una lactancia exitosa en nuestro posparto y esas condiciones muchas veces no existen. ¿Qué tal si mi esposo y mi mamá no me hubiera apoyado? ¿Qué tal si no hubiera tenido los medios para contactar con una doula o con un médico? ¿Qué tal si mi tipo de trabajo no me hubiese permitido espacio o tiempo para la extracción? ¿Qué tal si la dureza del posparto hubiese terminado en una depresión? Ahora entiendo que la lactancia es una responsabilidad de todos como comunidad y que no depende únicamente de la voluntad de la mujer y de nuestros cuerpos. Es más, creo que mientras más responsabilizamos a las mujeres de los altos índices de lactancia artificial (más del 50% en Ecuador) menos vamos a resolver las causas integrales que ocasionan esta problemática. Necesitamos de apoyo en la casa, en el trabajo, en los espacios públicos, necesitamos muchas veces de los medios económicos para pedir asesoría, necesitamos de políticas, de más solidaridad, de amigos, de familia, de mucha más comprensión para lograrlo. Cuando todas las mujeres tengamos todo esto, entonces ahí será el momento de exigirnos entre nosotras, mientras tanto, disfrutemos de la hermandad que nos ha traído la maternidad.
Espero jamás volver a juzgar a las mujeres que usan fórmula, las mujeres requerimos de un entorno para instaurar una lactancia exitosa en nuestro posparto y esas condiciones muchas veces no existen. ¿Qué tal si mi esposo y mi mamá no me hubiera apoyado? ¿Qué tal si no hubiera tenido los medios para contactar con una doula o con un médico? ¿Qué tal si mi tipo de trabajo no me hubiese permitido espacio o tiempo para la extracción? ¿Qué tal si la dureza del posparto hubiese terminado en una depresión? Ahora entiendo que la lactancia es una responsabilidad de todos como comunidad y que no depende únicamente de la voluntad de la mujer y de nuestros cuerpos. Es más, creo que mientras más responsabilizamos a las mujeres de los altos índices de lactancia artificial (más del 50% en Ecuador) menos vamos a resolver las causas integrales que ocasionan esta problemática. Necesitamos de apoyo en la casa, en el trabajo, en los espacios públicos, necesitamos muchas veces de los medios económicos para pedir asesoría, necesitamos de políticas, de más solidaridad, de amigos, de familia, de mucha más comprensión para lograrlo. Cuando todas las mujeres tengamos todo esto, entonces ahí será el momento de exigirnos entre nosotras, mientras tanto, disfrutemos de la hermandad que nos ha traído la maternidad.
Gracias por compartir Paz! Me relaciono totalmente con tu experiencia! Mi bebé apenas tiene 7 semanas y cada lactada solo espero que me duela menos.. espero de corazón poder continuar, acostumbrarme pero saber que no estamos solas, que no somos las únicas ayuda full!
ResponderEliminarHola linda
ResponderEliminarMe identifique la frustración y el dolor como mamá primerisa se siente, igual me tocó aprender, crecer con la llegada de mi hijo. La felicidad es infinita.
Un abrazo inmenso
María Paz, hoy leo tu experiencia y me siento identificada pero como consejera de lactancia, porque soy de las que omite la lactancia directa mientras el seno se cura y no ve el biberón como un enemigo, sino como un aliado cuando es necesario y sabes que eso me ha traído problemas en el medio, porque no me ajusto al odio loco que la mayoría de las asesoras de lactancia le tienen al biberón. Yo prefiero un biberón si es necesario, a una madre que lo abandone todo porque termina frustrada y decepcionada de la lactancia. Tu historia permite a muchas madres saber que en la lactancia, no hay sólo blanco y negro. Felicidades María Paz
ResponderEliminarHola María Paz,
ResponderEliminarMuchas gracias por compartir tu experiencia y tus aprendizajes de esta. Humildad y sinceridad! Cuánta sabiduría en tus palabras. Gracias
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