lunes, 29 de abril de 2013

Rumiñahui: yo, el otro, y el vigilante.

A la mama, you gave, and gave and gave. 
Y a J.P. que sin saberlo, 
me enseñó a confiar en mis pies. 
Y con paciencia, 
y empatía,
y sobre todo cariño
me compartió lo que a él
la vida ya le había enseñado. 

El día anterior, un poco de lo mismo. Ese ambiente del que me despedí hace más de 6 años atrás en una especie de ceremonia privada.  Una silla frente a la laguna mirando al cerco sólido de árboles y atrás los escombros de una boda, sin final feliz. Escenario ideal para una despedida que abrió las aldabas de los placeres de mi ciudad,  aún desconocidos para tantos. 

Ese mismo patio, el que ya conocí años atrás en el sueño cálido. 

El inicio de la felicidad. 

La felicidad que es olor a café en la mañanas y notas de jazz subiendo los primeros 4 escalones, visitando de espaldas el primer piso de la torre para luego seguir y encontrarse con el ventanal premonitorio, mi ventanal. Una espiral, con la misma ligereza del vapor, que sigue calentado los corazones de estas cuatro mujeres. 

El día claro, clarísimo de celeste Pichincha y las vetas de nubes blancas danzando alrededor del Gran Cotopaxi. Cubriéndolo, descubriéndolo, adornándolo. Otro augurio de felicidad. El vigilante de esta tierra de cóndores entregados, de zampoñas acomplejadas, de tímidas chuquiraguas. Y de frente al grande está el valiente, el guerrero.  El rocoso Rumiñahui, con sus tres cumbres, él que ese día fue apaciguando poco a poco al visitante, al extranjero de mis más oscuros días. 

El visitante que una noche se me instaló, cuando lo vi caminar en cuclillas con los ojos mal puestos. El que habla sin parar, el que desafía. Al que desconoces y te solidifica el corazón, de susto y de dolor. 

La lección de vida en paralelismos, sincronismos, coincidencias o como otros quieran llamarlo. Eso fue. Fue empezar insegura para luego dejar a los pies anclarse en  chacra negra, indígena y mestiza. Soltar los brazos a los susurros del viento andino, y regresar a verte Cotapaxi, aliándome contigo vigilante. 

Libre, suelta, comtemplativa. 

El cansancio se va apoderando, el clima empieza a picar, la cabeza a galopar. Pero tú y yo, y ella, tenemos algo en común, y es que seguimos sin escuchar al cuerpo engarrotado. Trio de guerreros ingenuos o tercos, que ahora ya no sé la diferencia. Pero sin saberlo, aún nos espera lo más duro, el arenal. En el que das tres pasos y retrocedes dos, el control del descontrol. En el que piensas que ya perdiste todo. El que una mañana de 7 de marzo, te estampa contra la pared, y te recoge del piso, para volver a lanzarte con más fuerza y terminar siendo un amasijo hecho de cuerdas y tendones, sólo un revoltijo de carne con madera.

Pero el vigilante con sus brazos de pulpo va lentamente, cuerda por cuerda, tendón por tendón transformando el amasijo en algo que antes solías ver en el espejo. Ustedes, brazos de pulpo, que son el partido de fútbol, el wok con vegetales, los jabones de verbena, el muro de escalada, los sánduches del picnic, un mail a medianoche, un masaje en los pies y en la cabeza, un letrerito de madera, un cumpleaños atrasado en un restaurante griego, dos peticiones de cariño. Ustedes de la Latinoamérica de estar juntos - juntos, de no tener miedo a mirarnos, a tocarnos, a entrelazarnos. 

El deliberado irrespeto del espacio individual, y el atrevido inmiscuimiento en nuestras historias de vida como antidoto perfecto de la soledad. 

!Cuánto tienen qué aprender!

Y el arenal dura lo que dura el arenal y la cima está cerca, aunque más lejos de lo que se cree pero la emoción revitaliza esa entrega tan ingrata conmigo misma. El secreto está en concentrarse y en serenarse, y en confiar en los pies. En asegurarte roca firme y en los tres puntos de apoyo: yo, el otro y el vigilante.  En la cima estás tú, al que espero. El que empatiza conmigo porque sabe lo que es tener la piel desollada. El que te da ánimos para creer en tí, el que entiende que nadie puede pisar las rocas por tí pero que puede acompañarte en el viaje circular e infinito de los descensos y las coronaciones. 

Stavanger, 2.17 am.