viernes, 16 de febrero de 2018

Para Antón

Enero-Febrero 2018
Mi querido Antón:

Un año ha pasado desde nuestra gran lucha. Después de 20 horas, encontraste tu camino para salir de mí y yo te dejé ir. De uno, dos. Sin duda, un pasaje cerca de la vida como de la muerte. No puedo imaginar, ninguna otra forma más profunda de intimidad. Lo logramos juntos, tu aguantaste y yo también. Seis de enero de 2017, 18H57, escuché tu llanto por primera vez. En ese momento el sentimiento que me invadía era alivio, un alivio enorme que de tan enorme era desconocido. Dormimos juntos y antes del amanecer te llevé a los brazos de tu papá, quien pocas horas después frente a un ventanal que daba al Volcán Ilaló, sostenía tu cuerpo con sus dos manos, mientras los primeros rayos de sol se filtraban por la ventana. Fue una mañana mágica, cálida, como de un sueño lejano con una música bajita, un murmullo.

Desde ese día tu papá y yo constatamos algo que ya lo presentíamos, nos habían regalado un diamante, y es por eso que en la mañana de tu primer cumpleaños festejando tu primera vuelta al sol y la nuestra como papás, cantábamos emocionados hasta las lágrimas "me han regalado un diamante, y no sé qué hacer con tanta luz, abro mi mano un instante y brilla hasta el cielo limpiando el azul…"

Los días y meses después de tu nacimiento fueron agotadores. Pensé que la maternidad fluiría en mí y no fue así. Me enfermé, me sentía exhausta y triste, confundida y tu demandabas todo de mí y yo en ese momento pensaba que poco recibía a cambio. Poco a poco fui aprendiendo a conocerte, a ser mamá, a ser tú mamá. Tuve que aprender todo, desde como colocar un carseat, hasta como amamantarte, pasando por diversas experticias que eran totalmente desconocidas y difíciles para mí en lo torpe y despistada que soy.  El día que llegamos a la casa me di cuenta lo poco práctico que era nuestro cuarto para tu llegada, un velador repleto de libros fue inmediatamente reemplazado por gasas, suero fisiológico e implementos que aún no sabía ni para que servían. Si no hubiera sido por la practicidad y previsión de tu abuela y tus tías no sé cómo me las hubiera arreglado. Ellas durante meses habían preparado todo para ti, implementos de limpieza, toallitas, sábanas, ropa. El hobby de tu abuela durante los meses de embarazo era entrar a tu cuarto y revisar una y otra vez que todo este perfecto, puro y limpio para tu llegada.

Durante esos primeros días cuando me acordaba de algún “problema” de la oficina todo me parecía insignificante frente a la labor que yo estaba desempeñando, estaba aprendiendo a cuidar a un pequeño y fragilísimo ser humano, nada era más importante que eso. Al final de nuestro primer año puedo decirte que me has llenado de oficios -aplicada lectora de cualquier artículo que llega a mis manos así como miembro permanente de redes social de mamás en construcción como yo- ahora soy cuasi pediatra, cuasi guía montessori, cuasi consultora de sueño y lactancia y eso sí un cancionero andante y completísimo de música infantil, nanas y lullabies.

Quisiera hacer un alto, y contarte que en estos días hubo un momento que nunca olvidaré, y que difícilmente podré comunicar su dimensión en esta pequeña carta. Tu estabas recién fijando la mirada, yo estaba amamantándote, Me regresaste a ver, nuestros ojos se encontraron y se reconocieron por primera vez. No se reconocieron desde nuestras miradas, sino desde un lugar mucho más profundo. Antón, nuestras almas se estaban saludando, te lo prometo. Fue un instante, ese instante, por siempre y para siempre.

Los siguientes meses fuimos creciendo. Ya me veía bañándote sola, llevándote conmigo al supermercado y haciendo una parada de café y polvorones, yo en mi silla, tu en tu cochecito. Los dos comenzamos a sonreír más, y a llorar menos, y alrededor de los 6 meses dijiste por primera vez, mientras estábamos en la ducha MAAM. Llegaron las gracias, los ojitos, las pésimas noches, las primeras enfermedades y primeras palabras, la pareja que tu papá y yo construíamos. Un año cansado, un año hermoso, un año fértil y creativo de inicio a fin, mi rey mago. 

Baraka, Carnaval 2018

Ser mamá no ha dejado de ser para mí un acto heroico, el cual me implica diariamente enormes dosis de energía, alerta, tiempo, entrega y paciencia, de las cuales hay veces que quiero escapar. Glennon Doyle describe a la maternidad en dos tiempos: Chronos y Kairos. Chronos el tiempo regular, el que me hace sentir alivio cuando sé que la tarde la pasarás con tu papá y yo podré por fin descansar o leer o hacer nada si así quiero y Kairos, el tiempo de Dios, el cual me hace sentir que lo que yo te doy a ti es una gota de agua en el mar de transformación, evolución y amor que tú has traído a mi vida.

Entre tú y yo, yo soy ese edificio con columnas fuertes pero agrietado en la mitad de una exuberante y húmeda selva. Un edificio rojo que ha sobrevivido fuertes tormentas que han dejado su impronta. Una grieta lo atraviesa de sur a norte, hay otra queriendo trepar una de las columnas como una serpiente enroscada y otras discretas que se esconden como arañas pequeñas en las paredes laterales. Entre tu y yo, tu eres oro. Eres el oro que cubre mis grietas, el oro que pone juntas mis piezas rotas, y al ponerlas juntas me hace más fuerte y hermosa que antes.Tu nacimiento colmó con oro las heridas y es ahora el edificio más bello. Tu, kintsugi para mi vida.

Gracias. Gracias. Gracias.

Tu mamá,
Te ama,

María Paz. 

1 comentario:

  1. Maravillosas letras y sentimiento. Felicidades a toda la familia, son oro!

    ResponderEliminar