lunes, 16 de octubre de 2017

Una mamá que trabaja fuera de casa

La noche antes de regresar al trabajo estaba nerviosísima, insomnio toda la noche, el estómago hecho pedazos. El Antón no cumplía aún tres meses siquiera, separarnos me partía el alma. Era jueves, 30 de marzo, cumpleaños de mi mamá, esa coincidencia me pareció un buen augurio. 

Han pasado más de seis meses ya, no ha sido fácil, días mejores que otros, el arte del equilibrio entre el trabajo y la casa. Volver a trabajar en un país donde no hay políticas integrales a favor de la maternidad y la lactancia y donde no existe una consciencia de apoyo a las madres hace que uno tenga la impresión de que vives en una lucha constante por tiempo y espacio para la extracción de leche, por el reconocimiento a esta profesional que ahora también es mamá y por el horario de lactancia. Un horario de lactancia que en la práctica implica trabajar lo mismo que antes pero en menos horas. Ya no eres la misma pero cuando has regresado a tu peso anterior, la gente repite  "pero si no te ha pasado nada" ¿Nada? ¿Nada? Ja ja ja, convertirse en mamá es lo más parecido a mudarse a otro planeta, como diría Laura Gutman. 

Han pasado más de seis meses y esta decision me ha traído también gratas sorpresas.  Mi hijo y su papá desarrollaron una dinámica propia y más cercana. Ese espacio que dejé yo ocupó gente como mi mami, el Leo y la Juanita que aman y conocen muy bien a mi hijo y  Antón es ahora un bebé que se adecua fácilmente a otros espacios, a otras manos, a otros afectos y eso es muy lindo para mi. Recuerdo que caí en cuenta de esto cuando me tocó encargarlo a un compañero de trabajo mientras yo daba una charla.  De lejos, lo veía y el estaba muy tranquilo, no conocía a mi compañero y estaba feliz compartiendo y jugando con él, sentí que habíamos hecho un buen trabajo.

Estoy consciente que no hubiese tomado esta decisión sin el apoyo de mi mamá y del José que me permiten estar tranquila trabajando porque se que está cuidado, amado y protegido. Por mi personalidad, volver al trabajo significó para mí una práctica sana que me permite tener otros espacios además de la maternidad y que los necesito. Sin embargo, debo decir que tuve que trabajar la culpa, el estigma de no sentir que lo abandonaba sino de sentirme orgullosa de que podía ser multifacética, su mami y también ser un poco de lo que yo era antes de él. Sentí que era ahora o nunca o generaba una relación sostenida en el disfrute o en el sacrificio. Elegí el disfrute. 

La Cosecha

El Distrito Metropolitano de Quito se compone en un 90% de territorios rurales en dónde habitan uno de cada tres quiteños. Hay treinta y tres parroquias rurales y cincuenta y ocho comunas activas que cuentan la historia de un Quito diferente. Un distrito rural donde confluye la magia de nuestro patrimonio natural e inmaterial. El canto ceremonial de la cosecha es una de las tradiciones que se mantiene viva año a año en la Comuna de Aloguincho, fundada el 16 de noviembre de 1938 por los huasipungueros de la antigua Hacienda Conrogal de la Parroquia de Puéllaro.

En la Comuna se corta la cebada una vez al año, julio o agosto dicen los comuneros cuando ya el grano está seco. A las siete de la mañana empieza la cosecha, los comuneros con la hoz en mano van cortando y entonando cánticos. Uno da la primera voz “aijoooo” y los otros responden cantando en agradecimiento a la tierra, a dios y a los buenos muchachos. Es el himno a la cosecha que lo cantan unas partes en kichwa y otras en castellano. Luis Alberto Cansino, comunero de Aloguincho de ochenta y dos años cuenta que desde sus doce años participa en la cosecha, que cantando se corta con ánimo y que sirve para concentrarse y alentarse. 

Un mantra.
El de la cosecha, el de la abundancia y el agradecimiento.

El proceso de la cosecha está muy bien organizado y cada comunero tiene un papel importante. Los cortadores van haciendo wuanguitos (pequeños montones de las espigas de cebada) que son recogidos por los cargadores y llevados a los hombres que están en la trilladora para luego pasarlos a quienes están a cargo de enfundar los granos y coser el filo de los costales. También está el comunero que en una mano carga la chicha de jora y en la otra el aguardiente de caña que va ofreciendo a sus compañeros para alentarlos en su trabajo. Esto ocurre arriba en el monte y abajo las mujeres esperan preparando la comida con la cada comunero se reconfortará al final de la jornada. Platos que Luis Alberto los recuerda con claridad: la colada de harina de maíz, el morocho molido y el arroz de dulce.

 Quito ancestral, indígena y mestizo.

lunes, 22 de mayo de 2017

Mi primer día de la madre


Mi primer día de la madre pasé malgenio. Me levanté 5.30 de la mañana para darle de comer al Antón, estaba muy cansada, los dos mes de haber regresado al trabajo ya presentaban los primeros signos de agotamiento. El día de la madre necesitaba ser menos mamá. Necesitaba poner un poco de distancia con mi hijo y como ya me había pasado antes, ese día él reclamaba más de mí. El siente que yo necesito espacio y él necesita más de mi. Es lógico, soy su fuente de alimento, de seguridad y de amor, no hay breaks. Creo que atrás de la mamá radiante y homenajeada de la publicidad hay mucho cansancio, ganas de tomar vacaciones y de salir una noche sin armar logística para aquello. Hay días que me cuesta mucho ser mamá, que el cansancio me invade, que me da ganas de salir corriendo. Mi primer día de la madre muy lejos estaba yo de parecerme a esas madres de portada.

¿Por qué se habla tan poco de esto? ¿Por qué se supone que la maternidad nos debería convertir de pronto en mujeres felices, resueltas y claras? La verdad es que la maternidad es un reto muy grande, un experiencia transformadora que como tal viene acompañada de encuentros con nuestras carencias, heridas y limitaciones. Es un cambio total, abrupto e irreversible en nuestra vida. Acaso no nos damos cuenta que mientras sigamos hablando con poca honestidad de lo demandante que es ser mamá más incompatibles van a seguir  siendo las instituciones para las necesidades de una madre lactante, menos van a ser las políticas de apoyo a la maternidad, poco cambiarán las dinámicas familiares y el espacio público seguirá siendo tan poco amigable para nosotras. Ser francas no es querer menos a nuestros hijos, ni ser malas mamás, es compartir una experiencia en transparencia y entender que no hay mejor mamás que otras porque lo maravilloso de la maternidad es que todas hacemos lo que mejor podemos con lo que tenemos.

Pienso en lo que era mi vida antes y como es ahora y me siento una súper heroína y eso siento también por todas las mamás. Hago lo mismo que hacía antes en nueve horas de trabajo ahora lo hago en seis, duermo un 30% menos y mantengo lactancia materna exclusiva con mi hijo a costa de mucha perseverancia, apoyo y esfuerzo. Me parece fantástico como la maternidad ha despertado en mi sensibilidades y una consciencia mucho más fina. Nunca antes había sentido esa ternura y amor por los niños (y cachorros), por cuidarles y por procurar sus necesidades. Siento ahora que el mundo será mejor siempre y cuando creemos un sistema para proteger el inicio de la vida, un sistema en donde el centro sean estos seres impolutos, frágiles y perfectos. Ahora mi ciudad es un espacio diferente para mí, sí en un lugar entra un coche y hay cambiador ese lugar vale la pena, cruzo miradas de mucha complicidad con otras mamás en la calle y  de alguna manera examino en cuestión de segundos sí el lugar en el que estoy es bueno o no para mi hijo. Mi capacidad creativa se ha expandido en mil, casi todas las semanas se me ocurren nuevos proyectos, negocios e ideas. He vuelto a escribir como lo hacía en una época de mucha introspección en mi vida.  Ahora soy capaz de estar al servicio de otro ser humano todo el día y  casi siempre con lo mejor que tengo para ofrecer. ¿No es eso increíble en una sociedad que privilegia por sobretodo el éxito individual, lo fácil y el placer inmediato? Desde este punto de vista, creo que la maternidad es un acto subversivo y por supuesto muy valiente.

Mayo, mes de las madres, 2017. 

martes, 4 de abril de 2017

Ser mamá

Imaginemos que soy un gran rompecabezas, compuesto por muchas piezas que relatan mis facetas, mis gustos, mis espacios, mis memorias, mis miedos y mis talentos.

Imaginen que un día el tablero se cae y las piezas se desperdigan hacia todas las direcciones. Unas abajo de la mesa, otras se rompen, otras quedan dadas la vueltas, varias desaparecen....

El tablero queda vacío, limpio, franqueado, desarmado.

Eso es un parto.

Imaginen que de a poco, muy de a poco, un día vuelve a calzar una ficha, luego inesperadamente otra, y así despacio y con calma nuevas fichas empiezan a ensamblarse lentamente formando ya una nueva figura.

La maternidad.

Hoy se ensambló una ficha importante para mí. Una parte de mi volvió a re-surgir.







Dos meses de Antón

Ayer mientras el José le bañaba al Antón sentí que todo había valido la pena, que cambiaría todo por ese momento, que la vida se había multiplicado en mil, en bendiciones, en amor, que era un ser afortunado. Los dos, envueltos en el vapor, los dos amores de mi vida. En tres días, Antón cumplirá dos meses. Los meses más duros, más emocionantes y felices, más desconcertantes de mi vida, seguramente. Creo que he aprendido más de la vida en estos meses que en la suma de muchos años anteriores.
Un día durante el primer mes entendí que la maternidad es tan transformadora que incluso tu cuerpo sufre una metamorfosis. Me acuerdo con horror los primeros días de lactancia al ver mis senos triplicados en su tamaño, duros como una roca. Mi cuerpo en el espejo era otro. Yo era otra, no había retorno. Estaba asustada. El agotamiento del primer mes me devolvió el disfrute por los placeres simples.  El cielo era bañarme, un bocado de té caliente con miel a la madrugada, regresar a los brazos del José luego de amamantar con mucho dolor. Tenía mucho miedo, no despegaba mis ojos del Antón, no podía dormir cuando él dormía, yo revisaba a cada momento si él respiraba, incluso a veces lo levantaba para saber que estaba bien.
 Me acuerdo también que la primera vez que lo bañamos, veía su cuerpecito, lo veía tan pequeño  y supe lo que es la ternura y sentí que además de la metamorfosis de mi cuerpo, mi capacidad de amar y de entregar se había expandido. La llegada del Antón me había evolucionado.
Entendí por qué hay grupos de apoyo de lactancia y por qué hay tantas y tantas mujeres que la abandonan, y cómo el dolor y la frustación pueden llevarte a una depresión. Me sentí afortunada porque mi mamá, el José, la Juanita y la Paty me brindaron tanto apoyo, que lo logramos y ahora el Antón y yo disfrutamos del amor y la intimidad de la lactancia.
Mi parto me llevó a otras dimensiones, recuerdo que días después lloraba por mi misma acordándome lo duro, lo límite, lo confrontante que había sido. Sí el José y la Anita no hubieran confiado que yo era capaz de hacerlo seguramente hubiera sido una cesárea. En la última hora de mi parto, me conecté, ya no había dolor, era instinto, era fuerza, era una flecha que conoce perfectamente su destino. Yo era imparable, invencible. Han sido 30 años que me muerdo las uñas por ansiedad; después de mi parto no lo volví a hacer nunca más. Algo en mi interior se desanudó para siempre. La fortaleza de mi cuerpo me sorprendió, 30 minutos después lo único que tenía era una hambre voraz, quería una buena hamburguesa con papas fritas. Había tenido una labor de parto de más de 15 horas y no me dolía ni un músculo, nada. Eso es resiliencia.
 Y el Antón…. Ese ser tan chiquito, que conocía tan poco, que la tercera noche lloró 6 horas seguidas y todos mis nervios se pelaron y dudé si iba a poder ser mamá y si la maternidad se disfrutaba, él es ahora la razón de mi ser. Ya nos conocemos, nos sonreímos, nos quedamos abrazados mucho tiempo, nos amamos. Aunque mis días, mi tiempo y mi cuerpo son ahora sólo de él y eso es muy cansado y casi ya ni me acuerdo cómo era mi vida antes de él, cuando duerme mucho tiempo ya lo extraño….
Gracias a mi mami, como siempre desbordante en generosidad, en apoyo, en amor. El Antón y yo estamos ahora tan bien y felices porque tú has estado sosteniéndonos. Al José, mi compañero de este gran viaje, porque cuando yo lloraba por todo lo que había cambiado, por la vida que había dejado atrás tú veías en mí más brillo y luz que nunca…. A mis hermanas por querernos tanto, que no pasa un día sin que me ayuden a bañarle al Antón, a vestirle, a cortarle las uñitas y que en este tiempo de lo simple y lo esencial, su ayuda es el mundo para nosotros. A mis abuelos, a mis suegros, a mis cuñados, a mi tía Nena, a mis primas, a mis tíos porque sus actos de generosidad y preocupación sólo me enseñan a ser mejor persona. El Antón, que nació en día de reyes, tiene sus dones en el amor de su familia.  A mis amigas Jane, Lo, Carli, Ale, Caro T, Caro M, Mich, Cami, Vero, pendientes de mí, acompañándome en este proceso, haciéndome acuerdo de las otras diosas que hay en mí.
Dos meses, una vida.
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3 de marzo de 2017.