martes, 18 de noviembre de 2014

Una ventana para soñar

Mi casa se esconde en la neblina y cuando el sol vence a las nubes la luz te ciega, resplandeciente.

Hay días, en cambio, que las nubes plácidas y llanas se acuestan entre las montañas y frente a mí un infinito océano me calma el alma. 

Hay otros claros, clarísimos, diáfanos que dejan ver los límites del valle, los tonos verdes del cerro Monjas y la silueta fría del Antisana. 

El resplandor naranja  aparece sutil al filo de las montañas clareando el cielo que aún se debate entre las sombras de la noche y las serpentinas celestes del nuevo día. 

Y hay días que los rayos de sol son fuertes y perceptibles que puedes rastrear su paso por las nubes iluminando en líneas rectas las cúpulas de Guápulo y la cicatriz en zig-zag que forma la autopista. 

Quito, 
Noviembre 2014

lunes, 23 de junio de 2014

Vivir y elegir

Contando sólo las calles las habían millones. Cómo hacen para escoger una? Para escoger una mujer. Una casa. Una tierra que sea la suya. Un paisaje para mirar. Una forma para morir. 

Todo ese mundo. 

La tierra es un barco demasiado grande para mi. Un viaje demasiado largo. Es una mujer demasiado hermosa. Un perfuma demasiado intenso. Es una música que no se tocar. 

No estamos locos cuando hemos encontrado el sistema para salvarnos. Somos astutos como animales hambrientos. 

A todas las mujeres del mundo las conjuré tocando una noche entera para una mujer. 


Al padre que nunca voy a ser lo conjuré contemplando morir a un niño, durante días, sentado a su lado, sin perderme nada de aquel terrible espectáculo hermosísimo, quería ser la última cosa que viera en este mundo, cuando se marchó, mirándome a los ojos, no fue él quien se marchó, fueron todos los hijos que nunca tendré. 

La tierra que era mi tierra, en algún rincón del mundo, la conjuré escuchando cantar a un hombre que venía del norte, y cuando lo escuchabas veías, veías el valle, las montañas que lo rodeaban, el río que descendía lentamente, la nieve de invierno, los lobos por la noche, cuando aquel hombre acabó de cantar, acabó mi tierra, para siempre, dondequiera que se encuentre.

Los amigos que deseé los conjuré tocando contigo y para ti aquella noche, en la cara que ponías, en los ojos, los vi, a todos ellos, a mis queridos amigos, cuando te marchaste, se fueron contigo. 

He desmontado la infelicidad. 

He desenhebrado mi vida de mis deseos. 

A. Baricco - Novecento

viernes, 7 de marzo de 2014

Autoretrato

De ti no se mucho, sé que fumabas sin parar, que bebías tinto y también aguardiente. Sé que cuando el abuelo te dejó no aguantaste y que a los seis meses te dio un derrame cerebral fulminante. No sé si alguna vez nadaste en el Magdalena o si sentiste la misma emoción que yo al ver la alfombrilla de pétalos rosa cuando florecen los arupos. Sé que las dos tenemos el pelo oscuro y lacio, la boca pequeña y los ojos un poco tristes. Quizá tu te acuerdes que soy tímida aunque casi ya nadie lo note y que mi sonrisa es amplia y por eso mis pómulos se marcan como dos pelotas que achinan mis ojos.

Intuyo que te mordías la uñas y que mirabas fijamente a los ojos cuando conversabas con alguien, aunque no sé sí eras del grupo de las que hablan o como yo, de las que escuchan. Sé que tú sólo creciste con tu papá y yo sólo con mi mamá, que fuiste la hija menor y yo la mayor. Que te mudaste de país y que, quien sabe, posiblemente te sentiste extranjera. Imagino tus nostalgias, Colombia, la mamá, el gusto harinoso que dejan las arepas ni bien masticadas.

Espero hayas leído a García Márquez y te hayas enamorado de Remedios La Bella. Que te hayas conmovido escuchando el minuto 1.19 del Adiós Nonino de Piazzola. ¿Y Ecuador? ¿Te jodió? ¿Te jodió el apartheid de las clases sociales? ¿Qué pensabas tu cuando pasabas por esos pueblitos de la costa, esos en donde los niños están jugando al borde de la carretera, mientras tu estabas sentada dentro del carro y con los vidrios levantados? Aunque no sé, tal vez estuviste muy preocupaba arreglándote para el abuelo o fumando y jugando cartas como para preocuparte de esas cosas que tan fácil normalizamos.

Tal vez si conversaríamos me preguntarías que qué tal vivir en África, que como me llevo ahora con mi papá, ah y seguro que por que no tengo novio. Te diría que en África fui feliz porque volví al sur y que hay lugares que pueden ser igual de verdes y húmedos como en Ecuador, y seguramente al decirte esto, me daría un salto geográfico y te diría que en mi lugar favorito las hojas son tan grandes y fuertes que las puedes usar como sombrillas, las flores son de colores brillantes y que un chapuzón en el río revitaliza a cualquiera. Te diría que mi papá y yo nos parecemos aunque no nos lo decimos. Los dos aventureros, medios eléctricos, medios inconstantes, medios soñadores. Estoy segura que te gustaría saber cómo está, y yo te diría que ahora está muy bien aunque las tías yo creo que no tanto. Que con Matteo lo dejamos hace más de un año y que ahora soy lo suficientemente independiente como para sentirme sola.

Un día vi una foto tuya, había un camping atrás, vestías un saco azul de esos que van dejando pelusitas por todo lado. Tu piel pálida, tu cabeza ladeaba hacia la derecha como si fuera el ademán de costumbre que haces cuando sonríes. Seguramente también bordeabas los treinta y estabas sentada sobre las piernas del abuelo. Con un brazo rodeabas su cuello y el otro caía por el borde de la silla. Te veías alegre y podrías haber sido tú la que en ese mismo momento tomó esa foto de plano americano. Pero al frente tuyo está el mar, mi cabeza ladea hacia la izquierda y mi piel es morena y a la que rodeo con mi brazo es a mi madre. 

Madrid
Marzo de Primavera, 2014

domingo, 16 de febrero de 2014

El verano sin edad

La sombra de las hojas del almendro dibujaba franjas de luz en su rostro que entraban por su mejilla y se deslizaban hasta desaparecer por su cuello. Hablaba sin parar  y en breves recesos tomaba aire para continuar con su relato. Eso era frecuente en ella cuando algún tema le apasionaba, su voz subía de tono, y las palabras se agolpaban por salir de su boca. El mar desprendía un azul brillante y los colores se los volvía a percibir con los ojos abiertos, en pupilas contraídas. Cuánto echaba de menos esa luz ecuatorial, era como si finalmente alguien hubiera vuelto a encender la bombilla del mundo, como sí en la noche un ejército de manitas hubiera guardado los candelabros en los sótanos para volverlos a sacar en el siguiente invierno. Es por eso que lanzar su cuello hacia atrás y dejar que el sol ilumine su rostro hasta enceguecerla era más allá que una sensación agradable, era el regreso a sí misma.  Ese verano no tenía edad, ni pertenecía a unos meses específicos, era más bien la estación final de un viaje larguísimo y atribulado, era la tierra firme del navegante que había dejado de contar el tiempo. 

Sun is home, sun is home, ya no le cabía duda.

Madrid (1)