viernes, 21 de septiembre de 2018

¿Por qué pienso que hablar de maternidades va a cambiar el mundo?

La gente piensa que hablar de maternidad es hablar de cambio de pañales, pediatras y guarderías. En cierto modo lo es pero en una pequeña y cotidiana parte solamente. Hablar de maternidad es hablar de uno de los fenómenos más importantes que ocurre en la vida de una mujer. He tenido grandes cambios en mi vida: divorcios y matrimonios de mis padres, enfermedades en la familia que me han enfermado a mi también, un giro profesional de 180 grados que sigue en movimiento, me he cambiado de países más de cuatro veces, me he alejado de gente que amaba mucho, me casé. Algunos cambios me cuestan asumir más que otros pero a corazón abierto puedo decir que los honro a todos. Me han dejado más descubierta y eso me enorgullece. Sin embargo, no me cabe duda que la maternidad ha sido el cambio más contundente de todos. Un cambio que transformó todas mis partes, ninguna que quedó guardada. Cambió mi cuerpo, mi modo de ver el mundo y de verme a mí, mi manera de relacionarme con mi pareja y con mi familia, con los espacios, con mi ciudad, define en dónde y cómo vivo y con quién me acompaño las tardes del sábado. Los niños, seres que antes pasaban bastante desapercibidos por mis ojos, ocupan ahora mi máxima atención. Soy una fanática de sus gestos, de sus lenguas de trapo, de sus pequeñas ropitas, de su incorruptibilidad. Los adoro porque en ellos se  gesta la estructura que les sostendrá el resto de su vida y la fortaleza de esa estructura dependerá de su fuente: su madre y su padre. Tocar un niño como ya lo decía la gran maestra María Montessori es “tocar el punto más delicado y vital, donde todo puede decidirse y renovarse, donde todo está lleno de vida, donde se hallan encerrados los secretos del alma, por ahí se elabora la educación del hombre del mañana.

Estar en la maternidad es habitar otra frecuencia tan potente que desde la neuropsicología ya comienzan a abundar los estudios que demuestran cómo se transforma el cerebro de una mujer en este transitar. ¿Acaso este fenómeno debería relegarse a conversaciones puertas adentro, en los cafés que compartimos las mujeres, a nuestros grupos virtuales de mamás, a las confesiones que empiezan a aparecer entre las mujeres de las familias? Evidentemente no, el día que empecemos a darle igual importancia en el debate público y privado a la ecología y al cambio climático que a la maternidad, a la comida sana y orgánica que a la maternidad, a las elecciones políticas y sexuales que a la maternidad se empezaran a mover las fichas a favor de los niños, de las mujeres, de las familias y por consecuencia de la humanidad misma. ¿Cuántas mujeres salimos del mercado laboral por la maternidad? ¿Cuántas mujeres migramos por la maternidad? ¿Cuántas mujeres somos oprimidas y discriminadas por la maternidad o por el contrario legitimadas?  ¿Cuántas mujeres emprendemos o estudiamos por la maternidad? ¿Cuántas mujeres luchamos por mejores servicios públicos por la maternidad? ¿Cuántas mujeres nos divorciamos o luchamos por hogares estables por la maternidad? La maternidad es la gran fuerza atrás de una serie de decisiones personales y familiares que definen importantes trayectos de una sociedad y a la larga de un país, es entonces hora, de darle ese lugar y de una manera honesta, abierta y reflexiva.

A la maternidad le atraviesan dos extraños y contradictorios imaginarios. Uno que lo embellece y otro que lo afea. El de la madre perfecta y paciente con ropa recatada, con hijos siempre limpios y bien portados, esa mujer para quien la maternidad es la suma de todos sus deseos. La mamá del spot publicitario que tantas veces anhelamos ser. El otro y que me atrevería decir va siendo el más contemporáneo, la madre agotada, el bicho raro de los millennials y los DINCs, la que encarna los valores contrarios de una sociedad que privilegia (y facilita) la rapidez, el individualismo, el éxito profesional y cosmopolita y a la que se la imagina lavando pañales ecológicos todo el día con el guagua en la kunga. La mujer que se ve atrapada y poco apoyada en una sociedad de modas pet-friendly, en donde ni siquiera existe el término baby-friendly. Para mi hablar de las maternidades desde uno de esos imaginarios es nocivo e irreal, refuerza estereotipos que la convierten en una experiencia llena de culpas, quejas y falsas expectativas, privándonos a las mujeres y a nuestros hijos de usar en nuestro beneficio esta poderosa fuerza que se gesta en nuestras entrañas y que tiene la posibilidad de transformar el mundo con la misma magia que concebimos, creamos y entregamos vida. Las maternidades, las perfectas e imperfectas, las verdaderas, las de todos los días, son diversas, plurales, bellas y duras, lentísimas y rapidísimas, empoderantes y desempoderantes, únicas en la historia de vida de cada mujer. Es desde ahí desde donde nace Maternidades (Im)perfectas, un espacio dinámico que escucha, acompaña e inspira el transitar de la maternidad en la primera infancia a través de un podcast con episodios semanales. 



Te invitamos a conocer más nuestro proyecto en la página página web y redes sociales, escúchanos en Spotify y en Itunes y si estás interesada en compartir tu historia y tus conocimientos  nutriendo este espacio estaremos encantadas de conocerte.  

Web Maternidades (Im)perfectas: 

lunes, 20 de agosto de 2018

Ni mamá gallina ni mamá moderna

Hay días que me arrepiento de no trabajar fuera de casa, días que veo la deuda de mi tarjeta de crédito, días que cuento los minutos para que mi hijo se duerma, días que imagino el trabajo que podría tener y las angustias económicas que me podría ahorrar. El tema es que siempre termino en el mismo punto. ¿Quiero dejar a mi hijo a cargo de alguien por 7, 8, 9, 10 horas  al día? Mi repuesta es siempre no. Es eso tal vez lo más complejo del asunto: una especie de laberinto que te vuelve a regresar apenas empiezas a dudar. 

A veces me da la sensación que a las mujeres que nos quedamos en casa nos atribuyen una situación privilegiada por hacerlo. Habrán casos así pero muchos no lo son. Son elecciones, y con esto no pretendo poner un juicio de valor a una u otra. He sido los dos tipos de mamá y ambas tienen sus placeres y sus reveses. No tengo una respuesta, no se que es mejor y cada una me representa una cola de dilemas que me lleva otra vez a la imagen del laberinto.  

Hace unos meses analizaba con una amigo lo que había implicado la decisión de quedarme en casa: poner un pare a una carrera profesional ascendente, pasar de una holgura económica a una dependencia del sueldo de mi marido, cero capacidad de ahorro, mudarnos de casa, bajar las horas de apoyo doméstico. En fin, todo un reajuste. Una elección con todas sus consecuencias. Un reajuste que lo hemos hecho y que lo volvería hacer, así, igualito, con  todo lo que ha implicado. Un reajuste  que me obliga cada día a posicionarme, a crear proyectos propios, a calentar la sopa con una mano y enviar un mail con la otra. Proyectos que se fraguan en las siestas del Antón, en la horas (preciadísimas) de cuidado a mi hijo que me entregan mi mamá y el Leo, en horarios de planes propios que empiezan a las 22h00. 

Para mi mamá esto es extraño, le cuesta entender mi nostalgia profesional y personal, lo que me pesa esta renuncia. Le cuesta descifrar a esta mamá híbrida que soy yo que no es ni mamá gallina ni mamá “moderna”, que no quiere tener niñera pero que tampoco se entrega entera a su maternidad. Pienso también en mi hijo, y en esta mamá dual que ha escogido, pienso qué huellas le dejará esta mamá que se esfuerza por estar ahí pero que a veces le cuesta, pienso que no habrán años igual ni de tanta ternura, pienso en este hijo que me escogió aún en plena construcción. 


Escribo esto y me veo rodeada de miles y miles de mujeres madres de esta mi generación que sienten al igual que yo una crisis existencial instalada, un querer y no querer constante. Conocemos el antes y el después, los viajes y la ausencia de estos, estudiamos años y años para ser profesionales pero un día nos convertimos en madres y optamos por poner todo esto en paréntesis, en las universidades y a veces en los trabajos nos codeamos de igual a igual con los hombres pero cuando llegamos a nuestras casas las cosas no habían cambiado al mismo tiempo, pues nuestros hijos así sea por poquito serán siempre más nuestros que de ellos. 

lunes, 13 de agosto de 2018

Mamíferas

Gracias lactancia por haber protegido con los mejores nutrientes y anticuerpos a mi hijo recién nacido, a mi hijo que empezaba a gatear, a mi hijo que ahora corre por todos lados.

Gracias lactancia por estar siempre a tiempo, lista, con la temperatura y la cantidad perfecta. 
Gracias por arrullar a mi hijo, por calmarlo, sostenerlo, contenerlo, por amarlo. 

Gracias lactancia por tu sabiduría, por ser el único alimento que mi hijo aceptaba en días y noches de fiebres altas, de gripes e indigestiones. 

Gracias lactancia por enseñarme a fluir como la leche que brotaba de mis pechos, por la perseverancia, por cada minuto que me permitiste tener a mi hijo en mis brazos, viéndonos a los ojos y cerca de mi corazón. 

Gracias lactancia por las largas noches y por tantos amaneceres que vimos juntas. 

Gracias por ayudarme a criar a mi hijo, a aguantar los días de malhumor y cansancio, los de inapetencia, los de miedos e inseguridades. 

Gracias lactancia por quedarte con mi hijo cuando yo salía a trabajar, por ser mi yo-extendido que estuvo siempre con el. 

Gracias lactancia por conectarme con tantas mujeres que protegemos la vida, la salud y el amor. 

Gracias por enseñarme lo superpoderoso que es mi cuerpo, generador de un néctar perfecto y sagrado. 

Alimento de vida.

Por enseñarme que soy fuerte, capaz y mamífera. 

Gracias lactancia por dejarme ser, estar y pausar. 

Nos has nutrido a ambos. 

560 días. 
1 año, 6 meses, 12 días. 

miércoles, 7 de marzo de 2018

Marea y la Ale (su fundadora)

La Ale y yo hemos sido compañeras desde la guardería hasta el fin de la secundaria. Tengo una foto de la guardería en la que ella es uno de los enanitos de la Blanca Nieves y yo soy el espejo. Debemos tener alrededor de cuatro años, su pelo es rubio y el mío negro. Hay otra de primaria que estamos sentadas en un graderío de piedra del colegio, ambas vestidas con bandanas rojas y short de jean al estilo del grupo noventero Garibaldi. Diez años después aparecemos bailando encima de la barra de un bar en Panamá en nuestro paseo de sexto curso. De enanitos, espejos, cantantes y bailarinas ahora somos mamás y desde aquí nos hemos re-encontrado.

Ya embarazada recibí un mensaje de ella felicitándome por mi embarazo. Me emocioné, no hablábamos nunca, no éramos cercanas, no lo esperaba. Desde ahí estuvo presente, pendiente, compartiendo hermosa información conmigo que acompañaba mi gestación. En especial, recuerdo un texto que ahora yo lo comparto con mis amigas sobre el tiempo extraño que significa los últimos días del embarazo, ese tiempo intermedio,  ni de que ni de allá, con un pie en tu vieja vida y otro en la nueva. La visita de la Ale en mi posparto fue muy especial. Me acompañó en mi cuarto, me dijo que me veía muy bien, almorzamos sopa de verduras y ensalada y me dio una bolsita amarilla de regalos.  Tan simbólica, tan sensible, tan necesaria.


Nibs de chocolate para el hierro.
Gotitas “Consuélame" de extracto de San Juan para la tristeza.
Maní para la energía.
Calendario Lunar para recordarme la luna que hay en mí.


La Ale aborda la maternidad como un mundo lleno de posibilidades. Una ventana para cambiar el mundo. Una revolución. Ella es una mamá que enseña, que acompaña, que aprende, que reúne, que comparte, que reflexiona y creo que Marea, una jornada para mamás es justamente esto. Un proyecto que también es ella misma. Un espacio que condensa las posibilidades de la maternidad, que honra las diversas maternidades, que apuesta por la increíble oportunidad de conocimiento, de creatividad y crecimiento interior que atraviesa  esta experiencia. Todo esto juntas, con el calor y la fuerza de la tribu, de la carpa roja, del gran coro.

Yo fui a la primera versión de Marea cuando Antón tenía tres meses, estaba en el boom de mi recién inaugurada maternidad. Ese día me sentía vigorosa, energizada. Había superado gran parte del posparto, era de mis primeras salidas fuera de mi casa-nido desde el nacimiento de Antón, estaba ilusionada Mi nueva piel estaba ya dispuesta. Marea fue para mi la punta de un hermoso ovillo que he ido hilvanando en este camino de la maternidad. El ovillo que teje el gran círculo de mujeres que es la maternidad y que me acompañan. Mis amigas mamás, mis grandes compañeras de crianza. Mis amigas que no son mamás y mis hermanas que acompañan mi maternidad, que nos visitan al Antón y a mi sin aburrirse y que tal vez no saben lo importante que es eso para mi. Mi mamá, mi apoyo, mi eje, mi referencia. Mis grupos de mamás, la generosidad de sus consejos, de sus experiencias, las receptoras amorosas de mis quejas en los días de desborde. Las mamás virtuales que comparten información, sus historias y las hermosas fotos de sus hijos lactando. En Marea me di cuenta que a mis preguntas y a mis miedos las acompaña un ejército de mujeres que han transitado por lo mismo, que me entienden, y me reconocen como una más de ellas. Me di cuenta de que la maternidad exige pero también da y que al recibir transformamos esa fertilidad en emprendimientos, libros, ideas, historias, experiencias. Que la maternidad, afortunadamente, se aleja de la perfección, de la verdad absoluta, que puede ser la oportunidad de vernos, de profundizar en los contextos en los que ejercemos nuestra maternidad, de sincerarnos, de encontrarnos.

miércoles, 21 de febrero de 2018

Lactancia, mastitis y respeto por el biberón

La lactancia ha sido un gran tema en mi maternidad, siento que podría escribir un libro completo al respecto. Vengo de una familia en la cual las mujeres dan de lactar fluidamente y sin la mínima complicación. Leche a borbotones, cero mastitis y pezones intactos. Las historias sobre lactancia que yo había escuchado eran lindas, fáciles y tranquilas. Con este antecedente, supuse que mi experiencia iba a ser igual y poco me preocupé al respecto. Gran sorpresa la mía cuando a los pocos días de nacido Antón dar de lactar empezó a convertirse en una tortura. Tenía los pezones destrozados, cada vez que el Antón se agarraba de mi pecho yo veía estrellas, apretaba la mandíbula y comenzaba a sudar del dolor que su succión me producía, incluso pedía que me dejaran sola para no descargar mi rabia con los que estaban cerca. Estaba convencida de que ese dolor me duraría poco y estaba determinaba a que lo lograríamos. En un curso previo que habíamos tomado, la tallerista lo había explicado muy simple, lo dispuesto que estaba nuestro cuerpo, el agarre adecuado, las diferentes posiciones, la libre demanda, el apego inmediato y una lámina que tachaba con una X roja la foto de unos biberones y tarros de fórmula. En mi mente era un tema de voluntad de la mamá y para ese entonces juzgaba rápidamente a las mujeres que optaban por fórmula y me decía a mi misma que eso yo nunca lo haría. Leía, veía videos sobre un correcto agarre, contacté una doula, pasaba todo el día sin camiseta para que mi pecho recibiera aire, usaba cremas, hierbas y nada lograba calmar el dolor de mis pezones sangrantes, además de las constantes e intensas punzadas y calambres que sentía en el pecho. Recuerdo con mucho cariño que me puse en contacto telefónico con Johanna Pinargote -ex coordinadora del grupo de lactancia de la Universidad Andina- con quien me desahogue en el teléfono, le dije que sinceramente ya no daba más, que estaba sufriendo mucho. Lloraba al teléfono con alguien que no conocía personalmente (hasta ahora) pero que a cambio me escuchaba atentamente, me respondía con dulzura, entendía mi dolor, había pasado por lo mismo y lo había logrado, me alentaba a que continuara. Esa pequeña llamada me consoló mucho y me abrió a uno de los hermosos regalos que trae la maternidad: la empatía y solidaridad con la cual empezamos a reconocernos y apoyarnos entre mujeres.
Algunas semanas después empecé con 38 de fiebre, luego de quince minutos ya tenía 39 y a la media hora estaba ya en 40. Había empezado una mastitis en mi pecho derecho y lo único que quería era acostarme hecha un ovillo en el sillón de mi casa cubierta por una montaña de cobijas. Estaba con el pecho ardiente, tenia un dolor muy intenso y la fiebre no me permitía encargarme enteramente de mi hijo. Por suerte, estaba ahí mi tribu, sosteniendo, encabezada por mi mamá y mi esposo quienes tomaron control del asunto. El médico me recetó antibióticos y a los pocos días me recuperé, sin embargo el dolor de mis pezones y los calambres en el pecho no habían disminuido y empecé a sentirme muy frustrada. No estaba disfrutando en lo más mínimo de la lactancia, solo lo hacía por convicción, por nada más, y por una culpa enorme de no lograrlo. Además, a las dos semanas de recuperada de la primera mastitis llego la segunda. ¡No podía creer realmente! ¿Por qué nadie me dijo que era así de difícil? ¿Por qué no puedo? ¿Por qué no me preparé más? ¿Por qué soy tan obstinada y no dejo ya esta tortura? ¿Por qué lacta todo el día y toda la noche y yo siento que ya no doy mas? Y así una retahíla de preguntas que hacían de mi posparto un lugar oscuro para mi. Recuerdo un almuerzo con mi mamá en el cual me planteó repensar la lactancia y tal vez tomar una alternativa. Estás muy triste y frustrada, eso no es bueno para el bebé, no tiene sentido, me dijo. Lo acepté y me dije a mi misma que haría un último esfuerzo y que sino funcionaba dejaría de intentarlo. A la par, por esos días contacté con Pathy Muñoz, llegó a mi casa, y al contrario de lo que me esperaba, me dijo: vamos a hacer todo lo posible pero si no lo logras está bien, yo conozco mamás que acompaño que les dan fórmula a sus bebés, tranquila. Yo di de lactar un mes a mi primer hijo. ¡Magia, fueron esas palabras  para mi! Conocí a alguien que no me exigía ni me juzgaba como yo lo hacía, que me dejaba en paz, que no ponía láminas con biberones tachados por una X roja, es más no le parecía mal que yo no lo logre y que opte por la fórmula, que me permitía esa opción que a mi me llenaba de culpa. Esa apertura fue importante para mí, me trajo nuevas energías, otra visón, de intentar sin presión, por fuera de la frustración, desde la humildad, desde la posibilidad de abandonar la lactancia, también. Ese cambio de eje me permitió relajarme y  esperar con menos tensión a que se vayan los calambres y a que mis pezones curarán, a dejarlos descansar y a usar el biberón para que alcancen a cicatrizarse, afortunadamente.  Me acuerdo que la primera vez que logré darle de lactar de mi pecho derecho sin dolor lloré de la emoción y le escribí a la Pathy llena de euforia. Lo íbamos logrando.
Durante esos primeros meses, mis pechos eran mi centro emocional, todo ocurría, por, con y a través de ellos. Nunca me había fijado tanto en esta parte de mi cuerpo, la que además guarda al corazón por dentro. El chakra verde del corazón, la capacidad de dar y recibir, de abrirse a la vida, de abrir los brazos y volar.  Alrededor de los dos meses y medio de Antón tuve una discusión con mi esposo y en cuestión de treinta minutos tenía una bola ardiente en el pecho derecho y una fiebre alta, otra vez. Una parte de mi enfurecía con la aparición de mi tercera mastitis pero otra parte de mi se alegraba silenciosamente. Se alegraba de estar enferma para descansar más, para dormir, para pedir ayuda sin culpa, para tomar un break de la maternidad. Al momento de tomar consciencia de esta estrategia,  que una parte de mi traía de vuelta a esta enfermedad, que la necesitaba, decidí no tratarme la mastitis con más antibióticos y fui al homeópata. Mi cita con el homeópata fue el funeral de mi vida antes de Antón. Acepté que me costaba mucho ser mamá, que me daba nostalgia dejar mi vida pasada, nuestra casita de dos, qué sentía pena del fin de una etapa de mi vida, que me sentía con miedo y muy cansada, que no soy la mujer solvente que aparento ser, que ha viajado el mundo sola y que no pide ayuda, sino que ahora soy esa mujer que necesita de su esposo, de su mamá, de sus hermanas, de la Juanita y de todo aquel que me pueda sostener para poder gestionar ese momento de mi vida, el nacimiento de mi hijo. Esa confesión curó mis mastitis sin un antibiótico y para siempre. Sinceridad y humildad, eso necesitaba.
A mi cuerpo le tomó más de tres meses dar de lactar sin dolor, y mentiría si diría que ahí se termina mi historia con la lactancia y que todos fuimos felices para siempre. La lactancia sigue  teniendo sus retos para mi en sus diferentes épocas: la extracción de leche al regresar al trabajo, encontrar espacios, tiempo y lugares de almacenamiento, la leche regándose en el momento menos adecuado,  la falta de stock de mi banco de leche y la complementación con fórmula a los 7 meses, los mordiscos en la dentición, la huelga de hambre que me hizo Antón a los 11 meses, la lactancia nocturna, un futuro destete. Tengo una relación ambivalente con la lactancia, la amo apasionadamente y hay días que simplemente no la soporto. Salir a trabajar y saber que dejo una parte de mi a mi hijo ha valido la pena todo el esfuerzo. Ver que mi hijo crece, gatea, casi camina y hace los sonidos de muchos animales  y aún así lo puedo sostener con mis dos brazos y ponerlo en mi pecho, me conmueve cada vez más. Darle de lactar y calmar su llanto, darle de lactar cuando está enfermo y es lo único que lo alimenta, darle de lactar y bromear que le como el dedo y ver su sonrisa en mi pecho, son momentos que me siento afortunada de tenerlos y que agradezco que tuve el ambiente de apoyo que me permitió hacerlo. 
Espero jamás volver a juzgar a las mujeres que usan fórmula, las mujeres requerimos de un entorno para instaurar una lactancia exitosa en nuestro posparto y esas condiciones muchas veces no existen.  ¿Qué tal si mi esposo y mi mamá no me hubiera apoyado?  ¿Qué tal si no hubiera tenido los medios para contactar con una doula o con un médico? ¿Qué tal si mi tipo de trabajo no me hubiese permitido espacio o tiempo para la extracción? ¿Qué tal si la dureza del posparto hubiese terminado en una depresión? Ahora entiendo que la lactancia es una responsabilidad de todos como comunidad y  que no depende únicamente de la voluntad de la mujer y de nuestros cuerpos. Es más, creo que mientras más responsabilizamos a las mujeres de los altos índices de lactancia artificial (más del 50% en Ecuador) menos vamos a resolver las causas integrales que ocasionan esta problemática. Necesitamos de apoyo en la casa, en el trabajo, en los espacios públicos, necesitamos muchas veces de los medios económicos para pedir asesoría, necesitamos de políticas, de más solidaridad, de amigos, de familia, de mucha más comprensión para lograrlo. Cuando todas las mujeres tengamos todo esto, entonces ahí será el momento de exigirnos entre nosotras, mientras tanto, disfrutemos de la hermandad que nos ha traído la maternidad. 

viernes, 16 de febrero de 2018

Para Antón

Enero-Febrero 2018
Mi querido Antón:

Un año ha pasado desde nuestra gran lucha. Después de 20 horas, encontraste tu camino para salir de mí y yo te dejé ir. De uno, dos. Sin duda, un pasaje cerca de la vida como de la muerte. No puedo imaginar, ninguna otra forma más profunda de intimidad. Lo logramos juntos, tu aguantaste y yo también. Seis de enero de 2017, 18H57, escuché tu llanto por primera vez. En ese momento el sentimiento que me invadía era alivio, un alivio enorme que de tan enorme era desconocido. Dormimos juntos y antes del amanecer te llevé a los brazos de tu papá, quien pocas horas después frente a un ventanal que daba al Volcán Ilaló, sostenía tu cuerpo con sus dos manos, mientras los primeros rayos de sol se filtraban por la ventana. Fue una mañana mágica, cálida, como de un sueño lejano con una música bajita, un murmullo.

Desde ese día tu papá y yo constatamos algo que ya lo presentíamos, nos habían regalado un diamante, y es por eso que en la mañana de tu primer cumpleaños festejando tu primera vuelta al sol y la nuestra como papás, cantábamos emocionados hasta las lágrimas "me han regalado un diamante, y no sé qué hacer con tanta luz, abro mi mano un instante y brilla hasta el cielo limpiando el azul…"

Los días y meses después de tu nacimiento fueron agotadores. Pensé que la maternidad fluiría en mí y no fue así. Me enfermé, me sentía exhausta y triste, confundida y tu demandabas todo de mí y yo en ese momento pensaba que poco recibía a cambio. Poco a poco fui aprendiendo a conocerte, a ser mamá, a ser tú mamá. Tuve que aprender todo, desde como colocar un carseat, hasta como amamantarte, pasando por diversas experticias que eran totalmente desconocidas y difíciles para mí en lo torpe y despistada que soy.  El día que llegamos a la casa me di cuenta lo poco práctico que era nuestro cuarto para tu llegada, un velador repleto de libros fue inmediatamente reemplazado por gasas, suero fisiológico e implementos que aún no sabía ni para que servían. Si no hubiera sido por la practicidad y previsión de tu abuela y tus tías no sé cómo me las hubiera arreglado. Ellas durante meses habían preparado todo para ti, implementos de limpieza, toallitas, sábanas, ropa. El hobby de tu abuela durante los meses de embarazo era entrar a tu cuarto y revisar una y otra vez que todo este perfecto, puro y limpio para tu llegada.

Durante esos primeros días cuando me acordaba de algún “problema” de la oficina todo me parecía insignificante frente a la labor que yo estaba desempeñando, estaba aprendiendo a cuidar a un pequeño y fragilísimo ser humano, nada era más importante que eso. Al final de nuestro primer año puedo decirte que me has llenado de oficios -aplicada lectora de cualquier artículo que llega a mis manos así como miembro permanente de redes social de mamás en construcción como yo- ahora soy cuasi pediatra, cuasi guía montessori, cuasi consultora de sueño y lactancia y eso sí un cancionero andante y completísimo de música infantil, nanas y lullabies.

Quisiera hacer un alto, y contarte que en estos días hubo un momento que nunca olvidaré, y que difícilmente podré comunicar su dimensión en esta pequeña carta. Tu estabas recién fijando la mirada, yo estaba amamantándote, Me regresaste a ver, nuestros ojos se encontraron y se reconocieron por primera vez. No se reconocieron desde nuestras miradas, sino desde un lugar mucho más profundo. Antón, nuestras almas se estaban saludando, te lo prometo. Fue un instante, ese instante, por siempre y para siempre.

Los siguientes meses fuimos creciendo. Ya me veía bañándote sola, llevándote conmigo al supermercado y haciendo una parada de café y polvorones, yo en mi silla, tu en tu cochecito. Los dos comenzamos a sonreír más, y a llorar menos, y alrededor de los 6 meses dijiste por primera vez, mientras estábamos en la ducha MAAM. Llegaron las gracias, los ojitos, las pésimas noches, las primeras enfermedades y primeras palabras, la pareja que tu papá y yo construíamos. Un año cansado, un año hermoso, un año fértil y creativo de inicio a fin, mi rey mago. 

Baraka, Carnaval 2018

Ser mamá no ha dejado de ser para mí un acto heroico, el cual me implica diariamente enormes dosis de energía, alerta, tiempo, entrega y paciencia, de las cuales hay veces que quiero escapar. Glennon Doyle describe a la maternidad en dos tiempos: Chronos y Kairos. Chronos el tiempo regular, el que me hace sentir alivio cuando sé que la tarde la pasarás con tu papá y yo podré por fin descansar o leer o hacer nada si así quiero y Kairos, el tiempo de Dios, el cual me hace sentir que lo que yo te doy a ti es una gota de agua en el mar de transformación, evolución y amor que tú has traído a mi vida.

Entre tú y yo, yo soy ese edificio con columnas fuertes pero agrietado en la mitad de una exuberante y húmeda selva. Un edificio rojo que ha sobrevivido fuertes tormentas que han dejado su impronta. Una grieta lo atraviesa de sur a norte, hay otra queriendo trepar una de las columnas como una serpiente enroscada y otras discretas que se esconden como arañas pequeñas en las paredes laterales. Entre tu y yo, tu eres oro. Eres el oro que cubre mis grietas, el oro que pone juntas mis piezas rotas, y al ponerlas juntas me hace más fuerte y hermosa que antes.Tu nacimiento colmó con oro las heridas y es ahora el edificio más bello. Tu, kintsugi para mi vida.

Gracias. Gracias. Gracias.

Tu mamá,
Te ama,

María Paz.