La gente piensa que hablar de maternidad es
hablar de cambio de pañales, pediatras y guarderías. En cierto modo lo es pero
en una pequeña y cotidiana parte solamente. Hablar de maternidad es hablar de
uno de los fenómenos más importantes que ocurre en la vida de una mujer. He
tenido grandes cambios en mi vida: divorcios y matrimonios de mis padres,
enfermedades en la familia que me han enfermado a mi también, un giro
profesional de 180 grados que sigue en movimiento, me he cambiado de países más
de cuatro veces, me he alejado de gente que amaba mucho, me casé. Algunos
cambios me cuestan asumir más que otros pero a corazón abierto puedo decir que
los honro a todos. Me han dejado más descubierta y eso me
enorgullece. Sin embargo, no me cabe duda que la maternidad ha sido el cambio más
contundente de todos. Un cambio que transformó todas mis partes, ninguna que quedó guardada. Cambió mi cuerpo, mi modo de ver el mundo y de
verme a mí, mi manera de relacionarme con mi pareja y con mi familia, con los
espacios, con mi ciudad, define en dónde y cómo vivo y con quién me acompaño
las tardes del sábado. Los niños, seres que antes pasaban bastante
desapercibidos por mis ojos, ocupan ahora mi máxima atención. Soy una fanática
de sus gestos, de sus lenguas de trapo, de sus pequeñas ropitas, de su
incorruptibilidad. Los adoro porque en ellos se gesta la estructura que les
sostendrá el resto de su vida y la fortaleza de esa estructura dependerá de su fuente: su madre y su padre. Tocar un niño como ya lo decía la
gran maestra María Montessori es “tocar el
punto más delicado y vital, donde todo puede decidirse y renovarse, donde todo
está lleno de vida, donde se hallan encerrados los secretos del alma, por ahí
se elabora la educación del hombre del mañana.”
Estar en la maternidad es habitar otra frecuencia
tan potente que desde la neuropsicología ya comienzan a abundar los estudios
que demuestran cómo se transforma el cerebro de una mujer en este transitar. ¿Acaso
este fenómeno debería relegarse a conversaciones puertas adentro, en los cafés
que compartimos las mujeres, a nuestros grupos virtuales de mamás, a las
confesiones que empiezan a aparecer entre las mujeres de las familias?
Evidentemente no, el día que empecemos a darle igual importancia en el debate
público y privado a la ecología y al cambio climático que a la maternidad, a la
comida sana y orgánica que a la maternidad, a las elecciones políticas y
sexuales que a la maternidad se empezaran a mover las fichas a favor de los
niños, de las mujeres, de las familias y por consecuencia de la humanidad
misma. ¿Cuántas mujeres salimos del mercado laboral por la maternidad? ¿Cuántas
mujeres migramos por la maternidad? ¿Cuántas mujeres somos oprimidas y
discriminadas por la maternidad o por el contrario legitimadas? ¿Cuántas mujeres emprendemos o estudiamos por
la maternidad? ¿Cuántas mujeres luchamos por mejores servicios públicos por la
maternidad? ¿Cuántas mujeres nos divorciamos o luchamos por hogares estables
por la maternidad? La maternidad es la gran fuerza atrás de una serie de
decisiones personales y familiares que definen importantes trayectos de una
sociedad y a la larga de un país, es entonces hora, de darle ese lugar y de una
manera honesta, abierta y reflexiva.
A la maternidad le atraviesan dos extraños y
contradictorios imaginarios. Uno que lo embellece y otro que lo afea. El de la madre perfecta y paciente con ropa recatada, con hijos siempre
limpios y bien portados, esa mujer para quien la maternidad es la suma de todos
sus deseos. La mamá del spot publicitario que tantas veces anhelamos ser. El
otro y que me atrevería decir va siendo el más contemporáneo, la madre agotada,
el bicho raro de los millennials y los DINCs, la que encarna los valores
contrarios de una sociedad que privilegia (y facilita) la rapidez, el
individualismo, el éxito profesional y cosmopolita y a la que se la imagina
lavando pañales ecológicos todo el día con el guagua en la kunga. La mujer que
se ve atrapada y poco apoyada en una sociedad de modas pet-friendly, en donde
ni siquiera existe el término baby-friendly. Para mi hablar de las maternidades
desde uno de esos imaginarios es nocivo e irreal, refuerza estereotipos que la
convierten en una experiencia llena de culpas, quejas y falsas expectativas,
privándonos a las mujeres y a nuestros hijos de usar en nuestro beneficio esta
poderosa fuerza que se gesta en nuestras entrañas y que tiene la posibilidad de
transformar el mundo con la misma magia que concebimos, creamos y entregamos
vida. Las maternidades, las perfectas e imperfectas, las verdaderas, las de
todos los días, son diversas, plurales, bellas y duras, lentísimas y
rapidísimas, empoderantes y desempoderantes, únicas en la historia de vida de
cada mujer. Es desde ahí desde donde nace Maternidades (Im)perfectas, un espacio dinámico que escucha, acompaña e inspira el transitar de la maternidad en la primera
infancia a través de un podcast con episodios semanales.
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