lunes, 18 de marzo de 2019

Retrato con Kay


Doy un paso adentro de su estudio y ya me siento en un mundo propio que me anida inmediatamente. Siento las ganas de quedarme ahí, de pasar la tarde, de reconfortarme en ese punto ciego de la angustia, de la pena, de la cotidianidad. 

Sí quiero iniciar la sesión de fotos pero más quisiera abrir una cerveza y conversar con ella. Su estudio bien podría ser en Quito, o en New York o en Río. Es moderno sin ser frívolo, tiene capas y texturas y una ventana grande a la derecha. El paso de más de 1.000 niños recién latidos se percibe como un latido constante, como un calorcito propio, de siesta, de pueblito costero. Hay un poco de rock de fondo y también algo de pop y voces de mujeres. Ella, su pelo corto, su parada firme es el centro gravitante de este espacio. Una cinta ancha de tela con flores de colores le rodea el cuello sosteniendo su instrumento: su cámara Nikon.

Empieza la magia. Ella es precisa con su índice en el disparador, con el manejo de la luz, con el recorrido de sus preguntas que hurgan en tu propia historia, con su mirada profunda y microscópica que es capaz de ver ese hueso de tus muñecas que casi siempre pasa desapercibido por todos pero que tú lo amas. No hay verguenza, ni exageración, ni poses. Estás tú y se siente bien ser tú. No hay ganas de cubrirte, ni de taparte, ni de sobreexponerte. Una siendo una, una siendo feliz y poderosa siendo una. Magia. 

Gracias Kay García por estos retratos, por devolverme en tus fotos mis luces y mis sombras. Un regalo atemporal, indeleble, para siempre. 

Quito, 15 de marzo de 2019.