domingo, 16 de febrero de 2014

El verano sin edad

La sombra de las hojas del almendro dibujaba franjas de luz en su rostro que entraban por su mejilla y se deslizaban hasta desaparecer por su cuello. Hablaba sin parar  y en breves recesos tomaba aire para continuar con su relato. Eso era frecuente en ella cuando algún tema le apasionaba, su voz subía de tono, y las palabras se agolpaban por salir de su boca. El mar desprendía un azul brillante y los colores se los volvía a percibir con los ojos abiertos, en pupilas contraídas. Cuánto echaba de menos esa luz ecuatorial, era como si finalmente alguien hubiera vuelto a encender la bombilla del mundo, como sí en la noche un ejército de manitas hubiera guardado los candelabros en los sótanos para volverlos a sacar en el siguiente invierno. Es por eso que lanzar su cuello hacia atrás y dejar que el sol ilumine su rostro hasta enceguecerla era más allá que una sensación agradable, era el regreso a sí misma.  Ese verano no tenía edad, ni pertenecía a unos meses específicos, era más bien la estación final de un viaje larguísimo y atribulado, era la tierra firme del navegante que había dejado de contar el tiempo. 

Sun is home, sun is home, ya no le cabía duda.

Madrid (1)