Mi casa se esconde en la neblina y cuando el sol vence a las nubes la luz te ciega, resplandeciente.
Hay días, en cambio, que las nubes plácidas y llanas se acuestan entre las montañas y frente a mí un infinito océano me calma el alma.
Hay otros claros, clarísimos, diáfanos que dejan ver los límites del valle, los tonos verdes del cerro Monjas y la silueta fría del Antisana.
El resplandor naranja aparece sutil al filo de las montañas clareando el cielo que aún se debate entre las sombras de la noche y las serpentinas celestes del nuevo día.
Y hay días que los rayos de sol son fuertes y perceptibles que puedes rastrear su paso por las nubes iluminando en líneas rectas las cúpulas de Guápulo y la cicatriz en zig-zag que forma la autopista.
Quito,
Noviembre 2014
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