Doy un paso adentro de su estudio y ya me siento en un mundo propio que me anida inmediatamente. Siento las ganas de quedarme ahí, de pasar la tarde, de reconfortarme en ese punto ciego de la angustia, de la pena, de la cotidianidad.

Empieza la magia. Ella es precisa con su índice en el disparador, con el manejo de la luz, con el recorrido de sus preguntas que hurgan en tu propia historia, con su mirada profunda y microscópica que es capaz de ver ese hueso de tus muñecas que casi siempre pasa desapercibido por todos pero que tú lo amas. No hay verguenza, ni exageración, ni poses. Estás tú y se siente bien ser tú. No hay ganas de cubrirte, ni de taparte, ni de sobreexponerte. Una siendo una, una siendo feliz y poderosa siendo una. Magia.
Gracias Kay García por estos retratos, por devolverme en tus fotos mis luces y mis sombras. Un regalo atemporal, indeleble, para siempre.
Quito, 15 de marzo de 2019.