martes, 21 de julio de 2015

La tierra es un barco demasiado grande para mi también

A las afueras de mi ventana escucho un vallenato y vienen a mi recuerdos de esa noche en Salento, de la cantina rancia, del aguardiante, del regreso al hostal con Alejandro. Ni bien saliendo de este recuerdo, viene otro, Píllaro, Píllaro con Valéri, declarándonos -o desnudándonos quizá- al fuego de la banda de pueblo de guarichas y diablos. Esta noche están conmigo Eka, Sven, Matteo, Temes...¿Cómo hacemos para vivir con tanta nostalgia? ¿Es ese el precio que debemos pagar por nuestros trayectos? Y la acumulación es infinita, el canto del corte de la cebada en Aloguincho, el cementerio de  San Juan de la Tola. los amaneceres de este filito del mundo que me han reservado para mi. Atrás y adelante pero nunca en el medio. Me acompañas nostalgia envuelta en un manto negro, brillante por dentro, buscando como gallina sin cabeza cual es la siguiente estación.

martes, 18 de noviembre de 2014

Una ventana para soñar

Mi casa se esconde en la neblina y cuando el sol vence a las nubes la luz te ciega, resplandeciente.

Hay días, en cambio, que las nubes plácidas y llanas se acuestan entre las montañas y frente a mí un infinito océano me calma el alma. 

Hay otros claros, clarísimos, diáfanos que dejan ver los límites del valle, los tonos verdes del cerro Monjas y la silueta fría del Antisana. 

El resplandor naranja  aparece sutil al filo de las montañas clareando el cielo que aún se debate entre las sombras de la noche y las serpentinas celestes del nuevo día. 

Y hay días que los rayos de sol son fuertes y perceptibles que puedes rastrear su paso por las nubes iluminando en líneas rectas las cúpulas de Guápulo y la cicatriz en zig-zag que forma la autopista. 

Quito, 
Noviembre 2014

lunes, 23 de junio de 2014

Vivir y elegir

Contando sólo las calles las habían millones. Cómo hacen para escoger una? Para escoger una mujer. Una casa. Una tierra que sea la suya. Un paisaje para mirar. Una forma para morir. 

Todo ese mundo. 

La tierra es un barco demasiado grande para mi. Un viaje demasiado largo. Es una mujer demasiado hermosa. Un perfuma demasiado intenso. Es una música que no se tocar. 

No estamos locos cuando hemos encontrado el sistema para salvarnos. Somos astutos como animales hambrientos. 

A todas las mujeres del mundo las conjuré tocando una noche entera para una mujer. 


Al padre que nunca voy a ser lo conjuré contemplando morir a un niño, durante días, sentado a su lado, sin perderme nada de aquel terrible espectáculo hermosísimo, quería ser la última cosa que viera en este mundo, cuando se marchó, mirándome a los ojos, no fue él quien se marchó, fueron todos los hijos que nunca tendré. 

La tierra que era mi tierra, en algún rincón del mundo, la conjuré escuchando cantar a un hombre que venía del norte, y cuando lo escuchabas veías, veías el valle, las montañas que lo rodeaban, el río que descendía lentamente, la nieve de invierno, los lobos por la noche, cuando aquel hombre acabó de cantar, acabó mi tierra, para siempre, dondequiera que se encuentre.

Los amigos que deseé los conjuré tocando contigo y para ti aquella noche, en la cara que ponías, en los ojos, los vi, a todos ellos, a mis queridos amigos, cuando te marchaste, se fueron contigo. 

He desmontado la infelicidad. 

He desenhebrado mi vida de mis deseos. 

A. Baricco - Novecento

viernes, 7 de marzo de 2014

Autoretrato

De ti no se mucho, sé que fumabas sin parar, que bebías tinto y también aguardiente. Sé que cuando el abuelo te dejó no aguantaste y que a los seis meses te dio un derrame cerebral fulminante. No sé si alguna vez nadaste en el Magdalena o si sentiste la misma emoción que yo al ver la alfombrilla de pétalos rosa cuando florecen los arupos. Sé que las dos tenemos el pelo oscuro y lacio, la boca pequeña y los ojos un poco tristes. Quizá tu te acuerdes que soy tímida aunque casi ya nadie lo note y que mi sonrisa es amplia y por eso mis pómulos se marcan como dos pelotas que achinan mis ojos.

Intuyo que te mordías la uñas y que mirabas fijamente a los ojos cuando conversabas con alguien, aunque no sé sí eras del grupo de las que hablan o como yo, de las que escuchan. Sé que tú sólo creciste con tu papá y yo sólo con mi mamá, que fuiste la hija menor y yo la mayor. Que te mudaste de país y que, quien sabe, posiblemente te sentiste extranjera. Imagino tus nostalgias, Colombia, la mamá, el gusto harinoso que dejan las arepas ni bien masticadas.

Espero hayas leído a García Márquez y te hayas enamorado de Remedios La Bella. Que te hayas conmovido escuchando el minuto 1.19 del Adiós Nonino de Piazzola. ¿Y Ecuador? ¿Te jodió? ¿Te jodió el apartheid de las clases sociales? ¿Qué pensabas tu cuando pasabas por esos pueblitos de la costa, esos en donde los niños están jugando al borde de la carretera, mientras tu estabas sentada dentro del carro y con los vidrios levantados? Aunque no sé, tal vez estuviste muy preocupaba arreglándote para el abuelo o fumando y jugando cartas como para preocuparte de esas cosas que tan fácil normalizamos.

Tal vez si conversaríamos me preguntarías que qué tal vivir en África, que como me llevo ahora con mi papá, ah y seguro que por que no tengo novio. Te diría que en África fui feliz porque volví al sur y que hay lugares que pueden ser igual de verdes y húmedos como en Ecuador, y seguramente al decirte esto, me daría un salto geográfico y te diría que en mi lugar favorito las hojas son tan grandes y fuertes que las puedes usar como sombrillas, las flores son de colores brillantes y que un chapuzón en el río revitaliza a cualquiera. Te diría que mi papá y yo nos parecemos aunque no nos lo decimos. Los dos aventureros, medios eléctricos, medios inconstantes, medios soñadores. Estoy segura que te gustaría saber cómo está, y yo te diría que ahora está muy bien aunque las tías yo creo que no tanto. Que con Matteo lo dejamos hace más de un año y que ahora soy lo suficientemente independiente como para sentirme sola.

Un día vi una foto tuya, había un camping atrás, vestías un saco azul de esos que van dejando pelusitas por todo lado. Tu piel pálida, tu cabeza ladeaba hacia la derecha como si fuera el ademán de costumbre que haces cuando sonríes. Seguramente también bordeabas los treinta y estabas sentada sobre las piernas del abuelo. Con un brazo rodeabas su cuello y el otro caía por el borde de la silla. Te veías alegre y podrías haber sido tú la que en ese mismo momento tomó esa foto de plano americano. Pero al frente tuyo está el mar, mi cabeza ladea hacia la izquierda y mi piel es morena y a la que rodeo con mi brazo es a mi madre. 

Madrid
Marzo de Primavera, 2014

domingo, 16 de febrero de 2014

El verano sin edad

La sombra de las hojas del almendro dibujaba franjas de luz en su rostro que entraban por su mejilla y se deslizaban hasta desaparecer por su cuello. Hablaba sin parar  y en breves recesos tomaba aire para continuar con su relato. Eso era frecuente en ella cuando algún tema le apasionaba, su voz subía de tono, y las palabras se agolpaban por salir de su boca. El mar desprendía un azul brillante y los colores se los volvía a percibir con los ojos abiertos, en pupilas contraídas. Cuánto echaba de menos esa luz ecuatorial, era como si finalmente alguien hubiera vuelto a encender la bombilla del mundo, como sí en la noche un ejército de manitas hubiera guardado los candelabros en los sótanos para volverlos a sacar en el siguiente invierno. Es por eso que lanzar su cuello hacia atrás y dejar que el sol ilumine su rostro hasta enceguecerla era más allá que una sensación agradable, era el regreso a sí misma.  Ese verano no tenía edad, ni pertenecía a unos meses específicos, era más bien la estación final de un viaje larguísimo y atribulado, era la tierra firme del navegante que había dejado de contar el tiempo. 

Sun is home, sun is home, ya no le cabía duda.

Madrid (1)


miércoles, 18 de diciembre de 2013

Muhjah y Fadi

Su voz es el primer recuerdo que tengo de Muhjah en esa cafetería al aire libre de muebles destartalados en donde las jóvenes sudanesas se agolpaban tras los mesones para aprovisionarse de un pedazo de pizza o de un sandwich seco de falafel y queso. Su pelo corto, la firmeza de su voz y su ropa de colores brillantes delataban de inmediato un carácter fuerte y un espíritu poco convencional en esa tierra de interminables desiertos. Meses más tarde con el pretexto de entrevistarla para mi investigación sobre madres solteras tuve la suerte de ser invitada a su casa. Lo que al comienzo esperaba ser una visita de un par de horas terminó siendo una noche inolvidable, en la cual escuché la historia de amor más bonita que había escuchado jamás en la compañía de sus propios personajes. 

Muhjah regresó a Jartúm con el dolor de la injusticia hirviéndola por dentro. Sus tres meses en Juba como doctora recién graduada habían sido un auténtico desastre. Había sido maltratada por su jefe quien creía que una mujer sola y a esa edad, no debería estar pretendiendo de doctora, si no que más bien debería regresar a su casa familiar, a ocupar el papel discreto que les correspondía a las mujeres en su sociedad. Le negaba comida, le encerraba en un cuarto inmundo, le despreciaba profesionalmente. Esta parte no se lo había dicho su mamá, al contrario, su madre insistió tantas veces para que ella acabase la carrera, hasta la amenazó con envenenar su café sino lo haría. Ella tenía que hacerlo, ser doctora le iba a merecer el reconocimiento y el respeto que su madre no había logrado ganarse en la familia de su esposo y en esa sociedad de clase alta a la cual ella no pertenecía por nacimiento. Sí ella era doctora ya no había que esconder las diferencias de clase tras pomposos vestidos y sí la casa no ofrecía los manjares exquisitos y las decoraciones más sofisticadas ya tampoco importaría tanto. No era su vida profesional la que estaba en juego era la oportunidad de callarles la boca a todos esos familiares que vieron con malos ojos el matrimonio de sus padres, y así lo hizo, o al menos así lo creyó su madre. 

Fue justo después de regresar de Juba que Muhjah con sus ánimos golpeados comenzó a trabajar en un hospital en Jartúm y un día llegó Fadi, enfermo, casi muerto como ella diría. Fadi había sido abandonado en la calle, envuelto en una sábana una noche del 24 de diciembre. Fadi, abandonado, al igual que los 1.500 niños que son encontrados cada año en las calles de Jartúm por haber nacido fuera de matrimonio, por ser 'ilegales'. Son estos niños y sus madres los que sufren con dureza la mano cruel e insensata del fundamentalismo religioso entrometiéndose y controlando hasta sus entrañas. Fadi fue llevado primero al orfanato de la ciudad y al ver que su situación se tornaba crítica y que no ganaba peso fue trasladado al hospital. Un día, Muhjah al fijarse la falta de meticulosidad de las enfermeras al bañar al niño, lo tomó en  brazos y comenzó a limpiarlo ella misma. Al darlo la vuelta se dio cuenta que Fadi tenía una seria infección genital y que seguramente ahí estaba la causa de su estado. Así fue, y durante dos meses Mujhaj cuidó de Fadi por encima de su comprometimiento profesional. Por dos meses, lo visitaba todos los días, lo bañaba, lo daba de comer, lo mimaba, le contaba historias. El día que Fadi fue dado de alta para ser trasladado nuevamente al orfanato, Muhjah compró juguetes y ropa nueva y fue ella misma la que lo entregó de vuelta. Al salir del orfanato, Muhjah empezó a caminar por las polvorientas calles de Jartúm, y al poco tiempo cuando las lágrimas resbalaban incontrolables por su rostro de definidos rasgos tuvo que hacer un pare, respirar profundo y con la dureza de su carácter se dijo a sí misma: Basta ya! Qué diría mi mamá si me viera caminando así, él está bien, y esta historia se acabó, halaz!

Sin embargo, algo de la soledad de los corredores de ese orfanato, de los gestos mecánicos de las niñeras que cuidan a otros niños para alimentar a los suyos y de las malas condiciones sanitarias de un lugar que hace cuestionarse hasta al moralista más férreo la hicieron volver dos meses después a visitar a Fadi. Fadi había perdido esa mirada inquieta y viva que proporciona la salud y el cariño. Como el resto de los niños pasaba acostado en su camita sin ningún tipo de atención, ni mimo y su peso nuevamente estaba por debajo del promedio para su edad. Al ver esto, Mujhaj, furiosa, fue donde la directora del orfanato y amenazó con sacar a la luz los escándalos de corrupción que ya se oían del lugar sino le permitía llevar a Fadi a su casa para cuidarlo nuevamente. "En mi mente no había otra opción María, yo sabía que si Fadi se quedaba ahí moriría como morían en ese entonces todos los bebés agonizantes que llegaban al hospital desde ese orfanato. Fadi en el mes que llegó al hospital fue el único de veinte niños traídos del orfanato que sobrevivió. No, no sabía que estaba haciendo, ni las consecuencias que esto iba a tener, así que dejé mi carnet de identidad y a cambio la directora me dejó llevar a Fadi por un mes a mi casa."

La sorpresa no fue poca cuando Muhjah a sus 26 años en aquel entonces, llegó con un bebé en sus brazos a su casa, que en realidad era la casa de su abuela, en donde vivían algunas tías y sus hermanas. Y ahora, qué vamos a decir a los vecinos? Cómo vamos a explicar que de pronto tenemos un bebé en casa? Cuánto tiempo se va a quedar? La situación no era nada fácil, los códigos morales y religiosos en Sudán traspasan las fronteras individuales, son de escrutinio público y se convierten en verdaderas condenas cuando hay de por medio mujeres jóvenes, sexo y niños, sin el sagrado marco del matrimonio y toda su parafernalia. "Nada, les diremos a los vecinos y a los familiares lejanos que una mujer pobre que tiene a su esposo enfermo, me lo ha encargado hasta que las cosas mejoren, diremos que es un acto de caridad, eso diremos", inventó Muhjah. Y así fue, pasaron uno y dos y tres meses y Muhjah con la ayuda de sus tías y de sus hermanas, lograron organizarse para cuidar al niño y para mantener un perfil bajo. 

Para ese entonces de la noche, yo estaba sentada en un colchón en su minúsculo departamento mientras Fadi dormía apoyado en mis piernas. Se me cruzaban  preguntas, y pensamientos y sobre todo sentimientos que se quedaban ahí atorados, dando vueltas erráticas en mi cuerpo y en mi cabeza. Pero la curiosidad que me despertaba esta historia me obligaban a quedarme en silencio y a seguir escuchando el relato en cascadas de esta mujer que lo contaba todo con una narrativa particularmente inteligente, equilibrada pero profundamente intensa y sentida. No se le escapaban detalles, reproducía diálogos completos, y la vez me servía más café y golpeaba los pequeños pedazos de carbón en el piso para partirlos y ponerlos encima de la pipa árabe que llenaba al ambiente de una nubosidad y un aroma amaderado. Para esto, ya habrán sido las dos de la mañana.

A los tres meses, Muhjah se dio cuenta que ya era tarde, que los acontecimientos se habían dado de tal modo, que ellos, madre e hijo, ya se habían elegido para siempre, con la misma facilidad orgánica que un feto se acomoda en el vientre de su madre. Pero como pasa casi siempre, la organicidad de la cual son capaces nuestros cuerpos en las más variadas situaciones poco se refleja en la realidad cotidiana más bien atestada de incoherencias y de no causalidad. Muhjah decidió empezar los trámites de adopción y fue ahí en donde se le abrieron los ojos ante la vorágine de prejuicios y desconfianzas que esta situación provocaba y no sólo de parte de los conocidos, también en el seno mismo de su familia y en las estructuras caducadas de una dictadura islamista y militar.

Fue un año de luchas en los juzgados de Jartúm, aunque contaba con la autorización necesaria de su padre para que una mujer soltera pueda adoptar, y el requisito de ser musulmana, ella no cumplía con el límite de edad, 35 años. Algunos miembros de su familia estaban aterrados ante la posibilidad de que este niño 'ilegal' podría cargar sus apellidos, una vergüenza, él mismo era una maldición para la estirpe ya que esa es la creencia que pesa sobre los niños concebidos fuera del matrimonio. Su petición fue denegada en primera instancia pero ella  sabía que perder a Fadi simplemente ya no era una opción para ella. Fue entonces cuando acudió donde su abogada y con la firmeza de su voz y los movimientos alborotados de sus manos le exigió que presente una apelación. También llamó a su madre y sin que se le corte la voz ni por un instante le advirtió: "voy a apelar y necesito todo tu apoyo porque tú eres la persona más importante de mi vida y son también tus fuerzas las que necesito, juro que no volveré hablarte sino me apoyas frente a la familia y frente a los peritos que irán a investigarte". Tras la apelación, Muhjah consiguió finalmente la custodia de Fadi, convertiéndose a sus 27 años de edad en la madre soltera adoptiva más joven de la historia de Sudán.

Yo llevaba yendo algunas semanas como voluntaria al orfanato y era una experiencia que me estaba desordenando las certezas y obsesionaba mis sentimientos al punto que esperaba dormir para ir a visitar a los bebés al día siguiente. Hasta el día de hoy, cuando me siento sola en las diferentes posadas por las cuales he pasado estos meses, vuelvo a refugiarme en ese sentimiento cálido de tener a los bebitos en mis brazos y colmarlos de besos. Es un recuerdo tan poderoso que inmediatamente me siento acompañada y mis niveles de ansiedad empiezan a diluirse, ellos son mi amuleto. Es por eso que entendía el contexto de esta historia y sobre todo entendía lo que esta mujer había hecho por este niño. Ella había transformado el destino que esperaba a Fadi, le había regalado la vida, una digna de vivirse, alejada de la más cruel de las indiferencias.

La lucha recién ha empezado para Muhjah y Fadi, hace poco menos de un año decidió mudarse de la casa de su abuela para vivir sola. El rechazo cotidiano de su familia hacia su hijo de no aceptarlo como uno más de los suyos se ha vuelto una carga pesada para Muhjah, una sombra de dolor y de incomprensión. Ahora viven en un apartamento pequeño pero esto le proporciona la libertad de darle un hogar a Fadi sin remilgos afectivos. Muhjah ha dejado su profesión y es ahora maestra en una escuela privada para que así Fadi puede recibir una educación gratuita y de calidad, aunque su sueldo no llega a los 100 dólares. Su día a día es un torear necesidades, un malabarismo permanente.

Muhjah y cuáles son tu planes a futuro, qué es lo que esperas para ti y para Fadi? "Salir de acá María, el futuro no está en Sudán para nosotros. Fadi siempre será un niño ilegal, nadie querrá casar a su hija con él, no podrá ser político, ni ejercer ciertos profesiones, yo quiero un lugar en dónde mi hijo sea lo que él decida ser, donde podamos ser libres de vivir." Y creo que esa fue la frase que cerró nuestra charla de más de 5 horas. Muhjah me invitó a pasar la noche con ellos y mientras ella y Fadi dormían juntos en un colchón, a mi me acomodaron uno a su lado. Al siguiente día, Muhjaj nos preparó el desayuno: té negro con leche en polvo, tres cucharas de azúcar y pastas fritas de dulce, al mismo estilo de las señoras del té de las calles de Jartúm. Al salir de su casa, fuimos juntas a un mercadillo y después tomé el bus a mi casa, imagino que con la misma emoción que tendrá un niño luego de conocer a su superhéroe

Muhjah  no ha dejado de quejarse estos días, mi heroína se derrumba y reniega y hay momentos en los cuáles la grandeza de su corazón se cubre de un polvo espeso de necesidades y de frustración. Pero yo sé que es momentáneo y  que de un buen sacudón ese espíritu será capaz de sanarse y de re-inventarse, cómo ya lo hizo una vez, y más ahora que anda por la vida de la mano con Fadi. Porque ella la fuerza la tiene adentro, porque ella es fuerza y coraje, porque ella da una lección magistral a sociedades enteras en dónde el progreso económico produce seres humanos con miedo de compartir, de traer hijos al mundo, y ni se diga de adoptar, en dónde la crisis es de humanidad y de egoísmo, más que de otras cosas.

Invierno en Madrid.
Diciembre, 2013

martes, 26 de noviembre de 2013

Cuando mi abuela Norma toca la puerta....

Cuando mi abuela Norma toca la puerta me trae un buen shot de aguardiente y me lo planta en mi mesa, se sirve el suyo y brindamos por la vida. Qué bonita que es la vida! Verdad, abuela?

Cuando mi abuela Norma toca la puerta los vallenatos inundan mi casa y suena y resuena que a fin lo que cuenta es que sea buena persona, que a fin lo que vale es que sea buena gente;

Cuando mi abuela Norma toca la puerta me espabila de los remellos del pasado y me contagia de la fuerza, del pa' lante que ha sostenido a su tierra por tantas décadas y de tantas guerras;

Cuando mi abuela Norma toca la puerta el aire se llena del aroma de las guayabas y de los pétalos rosa del ocobo;

Cuando mi abuela Norma toca la puerta me invita a nadar y somos dos niñas en el Río Magdalena.

Ibagué, Colombia.