viernes, 8 de noviembre de 2013
martes, 17 de septiembre de 2013
Kassala
El templado clima de las seis y
media de la mañana en Jartúm se parece poco al aire caliente y cargado de polvo
con el cual usualmente empiezo mis días. Afuera de mi casa me espera el
adorable chofer en su taxi destartalado, y como siempre no tarda en venir su saludo: Hello Mariamyfriend,
good, good? Yes, good, good, and you?
La ciudad se está despertando,
hace menos de 20 minutos el sol canicular que empapa la ciudad con 35 grados
promedio todos los días, ha hecho su aparición. Las señoras del té ya están
instalando sus estufas, y en las calles hombres deambulan con sus jilabias blancas. Disfruto de presenciar
el desperezo urbano mientras otra vez me pregunto, será que algún día estas imágenes
se vuelven familiares o a tal vez menos extrañas?
Japan o China? Esas fueron mis
opciones para elegir el bus que me llevaría a Kassala. A los pocos minutos
entendí que Japan era un bus marca Mitbushi y bueno “Japan” dije yo. Con mi dos
acompañante que a la vez hacían de traductores, entramos a la estación de buses,
mientras esquivábamos una marea de gente y maletas llegamos a una pequeña
oficina, marcaron algo en mi ticket y luego Kamal se aseguró de dejarme sentada
y segura en mi puesto del bus que me llevaría a Kassala.
Vivir en un país en donde no
hablas el idioma, donde los códigos
culturales son otros, y ser mujer entraña una serie de cuidados y connotaciones
que no conoces no es fácil. Pero si me preguntan qué hago? Cómo me muevo? Cómo
decido tomar un bus y viajar 9 horas hacia al este? Confío, confío en la gente, y eso es todo, no
me queda otra. Pido ayuda, dejo que me ayuden, me abandono en la amabilidad de
la gente, eso hago y puedo decir que son raras las veces que no funciona mi
estrategia. A la gente hay que creerle y creo firmemente eso.
Sentada en la ventana, a mi
lado, un hombre reza durante la mayoría del trayecto, con una delicada cadena de cuentas cafés entre sus manos, que de tanto en tanto lo sacude para arriba. La sequedad
de sus manos y de sus pies delatan sus orígenes, la aridez del desierto. Varias
veces me regresa a ver y me sonríe tímidamente, guarda mi comida y me la pasa
cuando me levanto y esta silenciosa amabilidad
árabe me recuerda al viaje que hace cinco años hice desde Marrakech a
Errachidia, mi primera gran aventura diría yo, o al menos la primera al mundo
oriental.
El aire en Kassala tiene un
aroma dulce y el ambiente está impregnado de calma y de silencio. La pequeña
ciudad está rodeada por las montanas de
Taka, bultos de rocas, de irregulares formas y tamaños cercan los extensos
arenales y sirven como marco perfecto a la mezquita de Khatmiyah, a los geométricos
arcos y magníficos pilares. Nur, está con su
tobe turquesa de filos dorados y mientras caminamos varias mujeres se
acercan a saludarnos, besan sus manos y puedo descubrir un toque de incomodidad
frente a este gesto o tal vez sólo timidez. Caminamos juntas por las columnas
abandonadas, visitamos la tumba de su bisabuelo y al ver hacia arriba descubro
la bóveda hueca que filtra los últimos rayos de sol del día.
Nur, luz.
Nur y yo lavándonos
las manos y los pies antes de los rezos.
Nur y yo sentadas en la arena, una al lado de la otra, apoyando nuestras espaldas en una columna y hablando bajo con
una mezcla de inglés y árabe. Nur se levanta y se une a tres mujeres más que empiezan a rezar de rodillas, inclinando
su torso, descansando su cabeza en el piso y frente a ellas varias filas de
hombres y de niños repitiendo los mismos gestos. El sol está escondiéndose y es
como si una película de arena dorada envolviera todo el ambiente.
Yo permanezco en mi misma
posición, y cierro los ojos para tratar de atrapar este misticismo y controlar esta
emoción que está a punto de hacerme llorar por la energía que carga este lugar y
la fortuna mía de conocerlo de esta manera. Regreso a ver a Nur, sus facciones
son marcadas por un extraño equilibro de seriedad con infinita dulzura. Su cara
está mojada y diminutos restos de arena iluminan su rostro.
Shukran Nur,
Gracias Luz.
Kassala, Septiembre 2013
viernes, 23 de agosto de 2013
Del Amazonas al Nilo
Si me preguntan hace cuánto fue, diría una vida, o al menos muchos años. Si me preguntan sí esperé tremenda aventura, diría nunca, o al menos no tan atribulada. Cuántos años tengo ahora? Con cuántas nuevas miradas me he cruzado? En cuántas salas de embarque he estado? Cuántas veces he hecho y deshecho maletas?
Cuántas veces he empezado?
He sentido una bomba a contratiempo en mis entrañas y otras veces mi cuerpo es oxígeno y un torrente de sangre fresca circula en mis venas. He sentido que sólo mi espíritu me sostiene en el borde del puente y otras veces que la energía se multiplica como infinitos círculos en el agua.
He visto el Reino Animal, la arquitectura de la logística perfecta, la ruralidad como opción urbana. Mis ojos han guardado el sol cayendo en los fiordos solitarios y el Mar Indico me ha dejado brillante la piel. Mis manos siguen partidas por la arena hirviente del desierto y por 20 años de dictadura. Y me sigo preguntando el por qué de la dureza de sus rostros y la pesadez de sus pasos.
Extraño a mi casa, desde el desapego, y en el desapego me hago fuerte y soberana. Me acerco con pequeños pasos y repetidas caídas al centro tan lleno en su tiempo de presencias extrañas. Magnifico mi tiempo y vuelco mis ojos hacia lo único que me pertence, yo misma.
Sí, el tiempo es efímero pero no sirve de nada la impaciencia de jugarse la vida en una partida.
Se acuerdan ese tiempo que atravesábamos el Nilo para ir a clases? Se acuerdan ese tiempo en el que vivíamos con 18 países y con 21 historias personales? Se acuerdan qué frágil era la emoción y qué flexibles éramos?
En pocas palabras, ayer llovió y en el ambiente se posa la calma después de la tormenta.
Segundo año.
Jartúm
Cuántas veces he empezado?
He sentido una bomba a contratiempo en mis entrañas y otras veces mi cuerpo es oxígeno y un torrente de sangre fresca circula en mis venas. He sentido que sólo mi espíritu me sostiene en el borde del puente y otras veces que la energía se multiplica como infinitos círculos en el agua.
He visto el Reino Animal, la arquitectura de la logística perfecta, la ruralidad como opción urbana. Mis ojos han guardado el sol cayendo en los fiordos solitarios y el Mar Indico me ha dejado brillante la piel. Mis manos siguen partidas por la arena hirviente del desierto y por 20 años de dictadura. Y me sigo preguntando el por qué de la dureza de sus rostros y la pesadez de sus pasos.
Extraño a mi casa, desde el desapego, y en el desapego me hago fuerte y soberana. Me acerco con pequeños pasos y repetidas caídas al centro tan lleno en su tiempo de presencias extrañas. Magnifico mi tiempo y vuelco mis ojos hacia lo único que me pertence, yo misma.
Sí, el tiempo es efímero pero no sirve de nada la impaciencia de jugarse la vida en una partida.
Se acuerdan ese tiempo que atravesábamos el Nilo para ir a clases? Se acuerdan ese tiempo en el que vivíamos con 18 países y con 21 historias personales? Se acuerdan qué frágil era la emoción y qué flexibles éramos?
En pocas palabras, ayer llovió y en el ambiente se posa la calma después de la tormenta.
Segundo año.
Jartúm
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By Lili Nagy |
domingo, 11 de agosto de 2013
La circularidad de mis viajes
Si quieres saber lo que eres,
tendrás que preguntárselo a las piedras y al agua.
Si quieres descifrar el idioma en que hablan los brujos de tus sueños, interroga a las fábulas que te contaron la primera noche ante el fuego.
Porque no hay río que no sea tu sangre.
No hay selva que no esté en tus entrañas.
No hay viento que no sea secretamente tu voz y no hay estrellas que no sean misteriosamente tus ojos.
Dondequiera que vayas llevarás esas viejas preguntas.
Nada encontrarás en tus viajes que no estuviera desde siempre contigo,
y cuando te enfrentes con las cosas más desconocidas,
descubrirás que fueron ellas quienes arrullaron tu infancia
Teofrastus
Jartúm
Agosto, 2013
viernes, 14 de junio de 2013
Notas de una ajedrecista loca
Un vestido largo azul y rosa, el pelo sobre el escote, cuatro vueltas de un collar amordazando mi muñeca.
Cuatro copas de vino, cigarrillos, una pequeña mesa en un bar perdido en las desembocaduras de la Gran Vía en Madrid.
Una conversación bellísima, circular, yuxtapuesta. Expiatoria, eso, expiatoria: 'porque esta vez no sólo te lastimaste también te dio miedo' Y sí, muchísimo, parecido a las aves negras que están tocando ahora tus ventanas pero en las mías terminaron por estrellarse. Los órganos aplastados contra el cristal y cientos de plumas esparcidas navegando en el viento. Yo miraba desde adentro, desde los 20 metros cuadrados, desde la prisión del invierno que terminó achicándome el espíritu y encerrándome en las barreras de mi cuerpo.
Una conversación que con la misma fugacidad del chasqueo pasa de la gloria a la tragedia, de la sabiduría a la ignorancia, del reposo a la desesperación en lágrimas. Obvio! La maldición de la abundancia emocional, la no-estratégica por excelencia. La de papeles con poesía urbana o de una noche en la costa peruana. La que produce frases insólitas del tipo 'es imposible tener una rutina'. No es que casi siempre pasa lo contrario? Afortunados ustedes.... Para los dos duró lo que dura el otoño, el bellísimo otoño en un pueblo de Baja Sajonia o de una ciudad en el centro de España.
Dosifiquemos, pero no te olvides D-O-S-I-F-I-Q-U-E-M-O-S. Así en letras grandes, escondiéndonos en cada sílaba.
Una conversación que trastoca las lógicas de los tiempos porque en esta noche da igual sí será pasado, porque fue presente o es futuro. Y cuánto te entiendo! Es que casi puedo ponerme en tus zapatos, porque las ausencias son las mismas, las carencias tan parecidas y el corazón de igual tamaño. Cuántas veces como tú he jugado sola: yo maté al caballo, luego adelanté al peón y le dí jaque-mate a la reina y para colmo luego quité las fichas, recogí el tablero y limpié la mesa. Una batalla de optimismo, tenacidad y estupidez versus cautela, silencio y ostracismo. Terminé exhausta.
Laissez faire, otra vez, otra vez, pero esta vez sólo con letras grandes separadas por un guión. LAISSEZ-FAIRE simbolizando la equidad de llevar a cuestas lo que separa el guión a su derecha y a su izquierda.
Una conversación vigente pero afortunadamente anacrónica en sus efectos porque hoy la casa se volvió a llenar de canciones y yo las escucho desde los confines de mi propia tierra ecuatorial. Luego de todo, parece que una parte mía mató al funambulista y está muy bien así, está bien.
Madrid, verano.
(para JFG)
miércoles, 15 de mayo de 2013
María, María
María seguía nutriendo un resentimiento
tan tenaz, como el que solo las mujeres
son capaces de poner en sus antipatías de la
infancia, para guardarlo hasta que ya son abuelas.
Günter Grass.
tan tenaz, como el que solo las mujeres
son capaces de poner en sus antipatías de la
infancia, para guardarlo hasta que ya son abuelas.
Günter Grass.
lunes, 29 de abril de 2013
Rumiñahui: yo, el otro, y el vigilante.
A la mama, you gave, and gave and gave.
Y a J.P. que sin saberlo,
me enseñó a confiar en mis pies.
Y con paciencia,
y empatía,
y sobre todo cariño
me compartió lo que a él
la vida ya le había enseñado.
El día anterior, un poco de lo mismo. Ese ambiente del que me despedí hace más de 6 años atrás en una especie de ceremonia privada. Una silla frente a la laguna mirando al cerco sólido de árboles y atrás los escombros de una boda, sin final feliz. Escenario ideal para una despedida que abrió las aldabas de los placeres de mi ciudad, aún desconocidos para tantos.
Ese mismo patio, el que ya conocí años atrás en el sueño cálido.
El inicio de la felicidad.
El día claro, clarísimo de celeste Pichincha y las vetas de nubes blancas danzando alrededor del Gran Cotopaxi. Cubriéndolo, descubriéndolo, adornándolo. Otro augurio de felicidad. El vigilante de esta tierra de cóndores entregados, de zampoñas acomplejadas, de tímidas chuquiraguas. Y de frente al grande está el valiente, el guerrero. El rocoso Rumiñahui, con sus tres cumbres, él que ese día fue apaciguando poco a poco al visitante, al extranjero de mis más oscuros días.
El visitante que una noche se me instaló, cuando lo vi caminar en cuclillas con los ojos mal puestos. El que habla sin parar, el que desafía. Al que desconoces y te solidifica el corazón, de susto y de dolor.
La lección de vida en paralelismos, sincronismos, coincidencias o como otros quieran llamarlo. Eso fue. Fue empezar insegura para luego dejar a los pies anclarse en chacra negra, indígena y mestiza. Soltar los brazos a los susurros del viento andino, y regresar a verte Cotapaxi, aliándome contigo vigilante.
Libre, suelta, comtemplativa.
El cansancio se va apoderando, el clima empieza a picar, la cabeza a galopar. Pero tú y yo, y ella, tenemos algo en común, y es que seguimos sin escuchar al cuerpo engarrotado. Trio de guerreros ingenuos o tercos, que ahora ya no sé la diferencia. Pero sin saberlo, aún nos espera lo más duro, el arenal. En el que das tres pasos y retrocedes dos, el control del descontrol. En el que piensas que ya perdiste todo. El que una mañana de 7 de marzo, te estampa contra la pared, y te recoge del piso, para volver a lanzarte con más fuerza y terminar siendo un amasijo hecho de cuerdas y tendones, sólo un revoltijo de carne con madera.
Pero el vigilante con sus brazos de pulpo va lentamente, cuerda por cuerda, tendón por tendón transformando el amasijo en algo que antes solías ver en el espejo. Ustedes, brazos de pulpo, que son el partido de fútbol, el wok con vegetales, los jabones de verbena, el muro de escalada, los sánduches del picnic, un mail a medianoche, un masaje en los pies y en la cabeza, un letrerito de madera, un cumpleaños atrasado en un restaurante griego, dos peticiones de cariño. Ustedes de la Latinoamérica de estar juntos - juntos, de no tener miedo a mirarnos, a tocarnos, a entrelazarnos.
El deliberado irrespeto del espacio individual, y el atrevido inmiscuimiento en nuestras historias de vida como antidoto perfecto de la soledad.
!Cuánto tienen qué aprender!
Y el arenal dura lo que dura el arenal y la cima está cerca, aunque más lejos de lo que se cree pero la emoción revitaliza esa entrega tan ingrata conmigo misma. El secreto está en concentrarse y en serenarse, y en confiar en los pies. En asegurarte roca firme y en los tres puntos de apoyo: yo, el otro y el vigilante. En la cima estás tú, al que espero. El que empatiza conmigo porque sabe lo que es tener la piel desollada. El que te da ánimos para creer en tí, el que entiende que nadie puede pisar las rocas por tí pero que puede acompañarte en el viaje circular e infinito de los descensos y las coronaciones.
Stavanger, 2.17 am.
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